martes, 23 de febrero de 2021

Pancho Sierra según Víctor Sueiro (1994)

"Francisco Sierra nació en Salto, provincia de Buenos Aires, el 21 de abril de 1831, cuando apenas habían pasado poco más de catorce años del día en que se declaró la Independencia Argentina. A su manera, también él se transformó por designio del sentimiento popular en una especie de "prócer" en la historia nacional de lo inexplicable. Pertenecía a una familia muy acaudalada, dueños de grandes extensiones de tierra bonaerense. La leyenda cuenta que Pancho Sierra sufrió un desengaño amoroso y, a partir de ese momento, decidió aislarse del resto del mundo. Al tiempo volvería a tomar contacto con la gente pero ya era otro desde el punto de vista espiritual. Dedicó desde entonces y hasta su muerte, en 1891, todo su tiempo a los demás. Se transformó en una figura de culto a quien recurrían miles de personas buscando solución a sus problemas. Durante muchos años recibía a la gente en su propia estancia de Pergamino, llamada "El Porvenir". Nunca cobró un centavo y, en incontable cantidad de ocasiones, era él quien simplemente metía mano en su propio bolsillo para darles dinero a aquellos que realmente lo estaban necesitando. De tez blanca, como el color de su barba y su pelo que eran muy abundantes, un rostro que delataba sus orígenes de alta alcurnia y unos ojos celestes muy penetrantes pero —según cuentan— llenos de mansedumbre y bondad, Pancho Sierra escuchaba a quienes llegaban a él. Por sobre todo escuchaba. Le contaban desde rencillas familiares o desencuentros amorosos hasta enfermedades que la medicina no podía ya combatir. Y Pancho Sierra hablaba un poco con cada uno y les daba el único "remedio" que recetó en su vida: agua, agua fría. De allí que se lo mencionara en su época como "el médico del agua fría". Vestía habitualmente con ropa de campo: camisa y bombacha gauchesca en el verano, poncho de vicuña en el invierno y —siempre— alpargatas y un sombrero de ala ancha. Si bien sería irreverente hablar de él como "un santo", tal como lo calificaron muchos de sus seguidores, es inevitable destacarlo como un hombre ciertamente piadoso. Era común que comprara él mismo cantidades de alimentos que regalaba a quienes lo necesitaban. Pero lo que hizo que su fama creciera de una manera impresionante era el hecho de que se producían resultados asombrosos con sus palabras y su agua fría. El singular culto a Pancho Sierra, que en casos se vio inevitablemente invadido por una folklórica maraña comercial que ofrecía estampas y hasta tierra de su estancia a precios módicos, continuó a través del tiempo. Cada 4 de diciembre, día de su muerte, el cementerio de Salto recibe a muchos que apenas conocieron su historia pero que saben que era alguien "especial". A tantos años de su muerte (más de cien) aún cuenta con adeptos que invocan su memoria ante una situación difícil. En pleno apogeo de su fama, una de sus "pacientes" fue una joven de 27 años de edad que llegó hasta él como última alternativa por un tumor alojado en uno de sus pechos. La mujer se curó. Se llamaba María Salomé Loredo de Subiza, y se transformaría en discípula predilecta de Pancho Sierra y continuadora de su trabajo. El país la reconocería luego, en su historia cotidiana, con el nombre que le pusieran afectuosamente sus seguidores: la Madre María." (en uno de los fascículos de "La Argentina Sobrenatural", que salieron con la revista Gente durante 1994)