jueves, 19 de diciembre de 2013

domingo, 15 de diciembre de 2013

Variaciones de Juan Moreira (y Pancho Sierra) -según la Peña Carlos Gardel, del Borda, narrado por Alfredo Moffat

Imagen de Juan Moreira en la capilla de Paulina Casamajós en Salto. Foto: Darío La Vega

Cuenta Alfredo Moffatt:
"En los años ‘70, en el fondo del Borda, hicimos la experiencia de la Peña Carlos Gardel, en la que también había un grupo de teatro: “Las Animas” (o “Los Fantasmas del Alma”). Estaba compuesto por compañeros de adentro y de afuera: Rafael Rodríguez, Carlos de Sica, Carlos Rafaelli, Jorge Bonay, Graciela Cohen, Graciela Hericourt y otros más. Representábamos el Juan Moreira, seguíamos la línea del radioteatro criollo que, a su vez, desciende directamente del viejo teatro de circo de los hermanos Podestá. Este teatro criollo desarrollaba siempre el tema del gaucho matrero, el paisano que se rebela por los atropellos de la autoridad. Es el tema del héroe, el mito de Juan Moreira, que aparece tratado con otros nombres y bajo otras circunstancias, pero con igual estructura temática. 

Los sábados, que eran los días en que funcionaba la Peña y el grupo de teatro, se trabajaba sobre una situación, una estructura argumental sencilla que se acordaba entre todos antes de comenzar y luego se iba improvisando el desarrollo. En este sentido parecía más una sesión psicodramática que teatral. La participación de los espectadores era a veces directa y algunos saltaban al ruedo y ayudaban a uno de los personajes. También en la resolución de la situación dramática se superponía a veces el psicodrama al teatro: en el mito, el Sargento Chirino lo ensarta con su bayoneta a Juan Moreira, y lo mata. Pero después, en nuestras representaciones, se invertía el mito: Juan Moreira lo mataba a Chirino. Un día, en una representación, el loco que hacía de Chirino, se arrancó la gorra y el uniforme de cotillón que era su vestuario y dijo: “¡A la mierda los uniformes… yo me voy a unir al pueblo!...” Y todos los pacientes aplaudían, y era como la revolución social (aclaramos que estábamos en la época de Cámpora). 

Foto: saltociudad.com

Otra vez, el Sargento Chirino apareció con un guardapolvo blanco, que le habían sacado a un enfermero, y un simulado electroshock de cartones para aplicarle uno a Juan Moreira, y entonces los otros locos lo corrieron al Sargento Chirino, que se había transformado en el temido psiquiatra, para cagarlo a palos, y así pudimos elaborar en forma de teatro, en realidad usando técnicas psicodramáticas, la angustia de los pacientes por lo agresivo de este método terapéutico. 
En otra representación, cuando llegó la pelea de Moreira con los milicos, éstos se tenían que morir y como seguían los sablazos (habíamos hecho sables de madera con papel de aluminio) le recordé al soldado que esa vez ganaba Moreira y él moría, de modo que le grité: “¡dale, morite!”... A lo que él contestó arremetiendo con más sablazos: “¡yo no me muero nada, carajo...!” 
También hubo sábados en que se mezcló el como si teatral con la vida real. Por ejemplo, Juan Moreira con las ropas gauchas aparecía corriendo en la Peña, y diciendo: “He venido a la mentada peña de Gardel para refugiarme, pues estoy herido y me persigue la partida”... Luego llegaba el “comesario” con los milicos y se armaba el gran despelote, pues todos defendían a Moreira. 
Otro tema que apareció varias veces (era bastante imprevisible qué escena era la que se iba a representar) era Moreira enfermo. En cierta ocasión, Moreira escuchaba voces que lo insultaban y además sentía mucha tristeza. El amigo (Julián Andrade) lo llevaba a la ciudad donde un médico le daba pastillas, le decía que estaba perdido y finalmente le aplicaba un electroshock (esta escena se debió hacer con mucha cautela). Moreira seguía igual y cada vez más entristecido. En este momento la madre de Moreira, aconsejada por los vecinos, lo llevaba a lo de un paisano viejo que sabía mucho de la vida, llamado Pancho Sierra (yo aparecía con un vaso de agua y una barba blanca hecha con algodón “Estrella”). En la entrevista, Pancho Sierra le ponía una mano en el hombro a Moreira y le decía: “vos estás triste porque has perdido la esperanza... y oís voces porque tu alma está sola, vos tenés enferma el alma y no el cuerpo”... Esta reubicación de la enfermedad como una ausencia de diálogo, como un problema del alma y por lo tanto del destino, conectaba al pobre, al marginado, con su identidad y su palabra, que es precisamente lo que le niega el sistema."

Fuente: http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=277

viernes, 13 de diciembre de 2013

Sanadores en la tumba de Pancho Sierra -por Alfredo Moffatt (1975)

Imagen del libro "Psicoterapia del Oprimido"

Dice Alfredo Moffatt:
"También Pancho Sierra es importante en el área de la psico­terapia popular debido al desarrollo de los manosantas, videntes, hermanos espirituales panchosierristas, que son muy numerosos. Estos se reúnen todos los años para el día 4 de diciembre  en la  ciudad de Salto, Provincia de Buenos Aires, frente a la tumba de Pancho Sierra, guía espiritual de todos ellos. Una delegación de cinco compañeros de la Peña Carlos Gardel fuimos al Cementerio de Salto el 4 de diciembre pasado. En esta especie de Congreso anual de curanderos, se reúnen también gran cantidad de personas con problemas psicológicos para ser curados por los hermanos panchosierristas.
Nosotros pudimos analizar de cerca y en todos sus detalles, las técnicas operativas utilizadas. Vamos a describir cuatro de ellas:
El primero era un hermano espiritual de la Provincia de San Luis (del Centro Espiritual de Justo Daráct). Este hermano, luego de permanecer cerca de la tumba de Pancho Sierra, entró en trance, y comenzó a temblar violentamente moviendo la cabeza hacia los costados, soplando con fuerza en forma contínua. En un momento dado, se encarnó en él el espíritu de Pancho Sierra y de este modo comenzó a hablar Pancho Sierra por su boca. Luego se desplazó hacia el interior del cementerio seguido por quienes deseaban curarse con él. El hermano, rodeado por los consultantes, escuchaba el problema psicológico planteado y, sin dejar de agitar la cabeza, gritaba de pronto ”¿qué sientes hermano”?... ¿qué sientes?...” Esto creaba una gran tensión psicológica en el grupo, se producía un momento de silencio y luego el vidente acercaba su  mano al rostro del paciente y (haciendo una imposición de manos) gritaba ”andá, hermano, ya estás curado”... grito éste que aliviaba la tensión grupal, después de lo cual pasaba a otro paciente.
Otro hermano, éste con ropas de gaucho, tenía una técnica operativa completamente distinta: hablaba en voz baja y pausadamente, escuchaba el problema y luego proponía un tratamiento. a veces con yuyos. y muchas veces con consejos de estilo criollo. Lo interesante era cuando incluía frases que contenían órdenes post-puestas, (curiosamente ésta técnica está actualmente siendo desarrollada por el equipo de Jay Halley del grupo de P lo Alto, California) Un ejemplo de su técnica era cuando le decía al paciente ”vos vas a soñar conmigo de acá a tres días y yo te voy a decir en el sueño cómo vas a resolver tu problema”.... con lo cual condicionaba, debido a  la expectativa provocada, la actividad onírica del paciente y le movilizaba el conflicto inconsciente, con la orden indirecta de proponer una solución, elaborada naturalmente por su propia actividad psicológica, pero percibida por el paciente como dictada por el hermano-terapeuta.
El tercer terapeuta, esta vez una mujer, había desarrollado una técnica muy elemental, pues sólo empleaba el exorcismo, mediante un crucifijo de plata con el cual tocaba, haciendo un movimiento en cruz, repetidamente, la zona afectada del cuerpo del consultante, mientras decía una oración incomprensible. La última técnica operativa observada, era tal vez la más interesante. Se llamaba hermana María y su técnica permitía un mayor nivel catártico. Consistía en liberar por medio de espantosos gritos al mal psicológico, después que lo hacía pasar, del paciente a su propio cuerpo. La hermana María hacía sentar o acostar a la consultante en una tumba; ella, de atrás, le frotaba la mano con energía para extraer el mal y, bruscamente, daba un grito muy fuerte y desgarrador (que allí, entre las tumbas, erizaba los cabellos). A continuación  se agachaba y le hablaba al paciente en voz baja y con mucha dulzura le preguntaba al oído ”¿qué te pasa? ”... ”¿ya te sentis mejor? ”... EI consultante, ante el cambio tan repentino del terapeuta de lo terrorífico del grito (era casi un alarido) a la suave y acariciante dulzura de la voz en el oído, perdía desconcertado su resistencia a comunicar el problema y, aliviado, relataba todo. Luego, la vidente, con la misma dulzura, le recomendaba una solución. Como observación válida para las cuatro técnicas analizadas, podemos señalar que siempre se consigue, por un medio u otro, una fuerte conexión emotiva con el que viene a curarse y sólo a partir de este intenso vínculo transferencial, propone la sugerencia terapéutica."

Foto y trecho del capítulo 5, "Las terapias populares" (pag. 150-152). Psicoterapia del Oprimido, de Alfredo Moffat, editorial ECRO, Buenos Aires, 1975.

Integrantes de la Peña Carlos Gardel, del Borda, visitan la tumba de Pancho Sierra (1974)


En su libro "Psicoterapia del Oprimido" (ver entrada anterior y posterior), el psicoterapeuta Alfredo Moffat relata que viajó, junto con integrantes de la Peña Carlos Gardel, del Neuropsiquiátrico Borda, a visitar la tumba de Pancho Sierra en Salto, el 4 de diciembre de 1973. 
Ernesto Iriarte colocó un video en youtube con imágenes de ese viaje. El texto suyo que acompaña a las imágenes dice así: 
"Visita realizada por los integrantes de la Peña Carlos Gardel, que funcionaba en el Neuropsiquiatrico Borda, al Cementerio de Salto el dia 4 de diciembre de 1973, aniversario de la muerte de Pancho Sierra, con la finalidad de acompañar a un interno del hospital que creia en sus poderes curativos. La madre Maria fue la continuadora y discipula del sanador".

Pancho Sierra en "Psicoterapia del Oprimido", de Alfredo Moffatt (1975)


"Llamado también el ”Gaucho Santo de Pergamino" o el ”Resero del Infinito” es representante de la línea criolla o gaucha de manos-santas. Era hombre rico y tenía propiedades en el Salto   (Provincia de Buenos Aires) donde está actualmente su tumba.
Su técnica era muy ascética pues establecía el vínculo, con el que lo venía a consultar, a través de un vaso de agua fría que extraía de su aljibe y que era muchas veces lo único que daba como medicina. De larga barba blanca y aspecto de patriarca gaucho, constituía el arquetipo de viejo sabio de la psicología jungiana. Atendía en el patio de su casa y no estable­cía un vínculo regresivo, sino que producía el cambio terapéuti­co a nivel de la vida cotidiana, a veces por órdenes cariñosas pero firmes típicas del lenguaje criollo (como ser, a un paralítico que lo traían en carro: "Bájese, amigo. . . y acérquese caminando, que para eso tiene las piernas! ").

Imagen del mausoleo de Pancho Sierra en el libro de Moffat (pg. 151)

Después de muerto llegó a ser la figura principal del santoral gaucho y, para muchos criollos, sustituye a Jesucristo. Tal vez debido a sus ropas de gaucho pudo ser una figura más identifica­ble con la paterna para el paisano y, por lo tanto, adecuada para “montarse" sobre el culto a los antepasados y no a una figura de hijo como Jesucristo, que además tiene, para la cultura gaucha, el elemento extraño de estar representado y adorado clavado vivo sobre una cruz de tirantes, lo cual introduce un elemento de crueldad, de sadismo, que no existe en la cultura criolla, me­nos torturada psicológicamente que la de tradición judeo‑cristia­na.
Pancho Sierra gastó casi toda su fortuna repartiendo ayuda y comida a los necesitados de modo que, como un verdadero líder popular, acompañaba sus frases de ayuda con objetos que eran verdaderos mensajes concretos de ayuda. Pero la transferencia terapéutica, el vínculo que producía el cambio, lo lograba sólo con el famoso vaso de agua fría, por lo que también se lo llama­ba "el doctor del agua fría". Ya veremos luego que esta técnica tan aséptica y "limpia" luego se complica y Tibor Gordon, que sería el único terapeuta actual de la línea criolla, incorpora una enorme cantidad de símbolos y técnicas que van desde el pero­nismo al evangelismo, pasando por el fetichismo del objeto de consumo masivo y que producen un producto ideológico bastan­te contradictorio (empezando por el Gaucho Tibor, que es che­coeslovaco y habla con acento centro‑europeo)."

Trecho del capítulo 5, "Las terapias populares" (pag. 148-149). Psicoterapia del Oprimido, editorial ECRO, Buenos Aires, 1975.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Pancho Sierra y el Gauchito Gil, según el diario La Nación (1999)

banderas utilizadas por el sanador Manuel Payne -Salto (2013)

Lunes 24 de mayo de 1999 | Publicado en edición impresa
Los santuarios paganos (Nota II y última)
Dos gauchos que atraen la veneración popular
Adhesión: miles de devotos piden favores al Gauchito Gil, en Corrientes, y a Pancho Sierra, en la provincia de Buenos Aires.
Por Ramiro Pellet Lastra

La imaginación de los argentinos ha consagrado a una legión de gauchos aventureros entre los santos paganos más venerados del país. En el Litoral sobresale el Gauchito Gil, una leyenda correntina.
Cualquier momento es bueno para visitar al Gauchito, la cumbre de cuya devoción se alcanza el 8 de enero, cuando la ciudad de Mercedes recibe a más de 100.000 personas que marchan al santuario, erigido a 8 kilómetros del centro urbano, con la fuerza de los años y la gracia del chamamé.
Miles de placas de agradecimiento son testimonio de la adhesión de vecinos y visitantes lejanos, que se trasladan anualmente al santuario popular.
Hace doce años que Catalina Feliciana González viaja desde Merlo. En su casa tiene pintado un mural del Gauchito y guarda en secreto una relación que se consolida en cada visita.
Elida Avelano tiene 71 años y desde 1947 visita al Gauchito. Hoy recuerda que, antes de construirse la ruta, el santuario se encontraba en pleno monte y la gente llegaba en carreta. Ella es creyente y le reza diariamente a Dios y a María. Pero siempre agrega una frase en sus oraciones para el Gauchito Gil.
"El Gauchito sigue haciendo su obra, aun después de muerto, porque los que trabajamos acá somos todos desocupados", dijo Ofelia de Pardo, vendedora de esculturas y estampitas que incluyen las figuras de la Virgen María y la del santito en la cruz.
Desertor del ejército, el gaucho Antonio Gil era una sombra rebelde que bajaba de los montes para robarles a los ricos y darles a los pobres. Un Robin Hood criollo que, a fuerza de hazañas, se ganó la admiración de la gente de sus pagos.
El campesino fue ultimado en 1878 por fuerzas policiales, pero con el tiempo regresó de las tinieblas en la devoción popular que le ofrendan los correntinos.
El centro del santuario es un simple tinglado de chapa que protege la tumba del difunto, una leve estructura de piedra cubierta de placas que traen los visitantes.
Los negocios del paraje tienen a la vista pelotas de fútbol, cámaras de fotos, radios, facones, mates, bombillas, chorizos, estampitas. Todo dispuesto en amable confusión religiosa que presenta con idéntica cortesía los recuerdos del gaucho santo y los bienes de consumo cotidiano.
Casi lo mismo
El pañuelo y el chiripá son las prendas que viste el correntino en las imágenes consagradas por la piedad popular.
Los fieles encienden velas y tocan la tumba antes de tomar asiento en largos bancos de madera que dan al tinglado un aire de iglesia rural. Cada cual sigue sus oraciones particulares como le viene en gana. Rezan, piden, lloran, ríen. No es raro ver músicos que, bajando de un micro, regalen canciones al santo de sus amores.
Como el conjunto Los Criollos de Salada, formado en 1987 por los hermanos Rodríguez, que siempre se hacen un tiempo en sus giras para viajar a Mercedes y pedirle protección.
Y hay más regalos de quienes vieron sus deseos hacerse realidad. Saben que allá arriba el Gauchito los escuchó. Los deportistas ganadores entregan sus trofeos; los músicos afortunados ceden sus guitarras; los que cambian el auto dejan patentes viejas. Nadie olvida devolver la gracia generosa concedida por voluntad del Gauchito.

imágenes a la venta cerca del cementerio de Salto (2013)

A cientos de kilómetros del reino espiritual del gaucho pagano, en los campos de Buenos Aires, se cultiva la devoción a un estanciero del siglo pasado que supo tener seguidores en vida.
Su nombre era Pancho Sierra, estanciero de diversos talentos, entre ellos, la clarividencia y la sanación. Mateando con su hermano en la placidez de su estancia, Pancho no sólo anticipaba la llegada de un paisano en apuros, con un dolor apremiante o un mal incurable, sino que hasta lo sanaba aun antes de que bajara del caballo para explicarle su drama.
El que venía enfermo se iba curado. Era la regla que se cumplía entonces, como se cumple ahora, según los feligreses que responden a su culto. Además de arreglar la salud, Pancho confiere los milagros habituales entre los santos de su raza: consigue novios, cambia autos, compra casas, aprueba exámenes. Si es necesario detiene la lluvia.
 En construcción
El santuario de Pancho aún está en construcción, en función del empeño de Paulina Casamajó, que dice haber sido invitada por el propio Pancho, cuyo espíritu flotó cierta noche sobre su cama, a dejar el trabajo de costurera y entregar su vida al oficio de la sanación.
Mientras crece el futuro santuario, el culto se rinde en el cementerio de Salto, en el noroeste de la provincia. En la tumba caen flores, y en una pared lateral del camposanto los creyentes clavan placas de agradecimiento: "Gracias, maestro, por el nieto que nos diste", dice una de ellas.
Allí también está Paulina hablando de la vida de Pancho y señalando orgullosa una escultura que mandó erigir en nombre de él. "Los milagros no son para todos, pero no te abandona nunca si le tenés fe", asegura.
A diferencia del culto al Gauchito, del que participan los vecinos de Mercedes, a los habitantes de Salto no les interesa la presencia de Pancho. Sus adeptos más tenaces vienen de las ciudades vecinas de Rojas y Pergamino, que aprecian a la distancia las virtudes sanadoras y proféticas del santo de las pampas.
Como Pancho, como el gaucho, los santos paganos pueblan las creencias religiosas argentinas.
No hay región sin santo, ni santo sin creyentes. Las leyendas nacen, crecen y nunca mueren, como el alma de estos héroes, que no se cansan de hacer el bien sin mirar a quien. 

El encuentro de Pancho Sierra con la Madre María en la película de Lucas Demare (1974)


"La Madre María", estrenada en 1974, fue dirigida por Lucas Demare y protagonizada por Tita Merello, José Slavin, Hugo Arana y Patricia Castell.

Pancho Sierra, el payador (1913)

nota de la revista Fray Mocho de 1913

Una nota aparecida en la revista Fray Mocho, del 31 de enero de 1913, coloca inequívocamente a Pancho Sierra entre los cultores del arte de la payada.
La referencia debajo de su foto, (en la segunda página de la nota) dice: popular hacendado de Pergamino que fue un entusiasta cultor de la poesía campera

mención a Pancho Sierra

Como señala el historiador Enrique Virto, la misma nota luego afirma:
“Tampoco canta Pancho Sierra. La muerte se llevó al noble viejo, en cuyo corazón brotaban las bondades tan espontáneas y tan frecuentes como de sus labios los cantos. ¡Pancho Sierra!. Hacendado, payador, curalotodo y amigo de todo el paisanaje de Pergamino en 30 leguas a la redonda”.

Virto también señala que payadores famosos como José Betinoti y Francisco Bianco (Pancho Cueva) manifiestan haberlo conocido. Transcribe una payada que ambos sostuvieron "en el teatro Argentino de San Vicente el 25 de mayo de 1913, donde el taquígrafo del Congreso de la Nación Jorge Williams rescató versos que Amalia Sánchez Sívori transcribe en su "Diccionario de Payadores” "

Bianco:
Allá en la norteña tierra
De Pergamino a la vista
Nació el gran naturalista
Llamado don Pancho Sierra,
Su obra inmortal mucho encierra
Para el alma y sus anhelos.
Mártir fue que en sus desvelos
De ninguno aceptó un cobre,
Era el doctor de los pobres
Con potestad de los cielos.

Betinoti:
Cuando con Vázquez sostuve
Aquella larga payada
Que el jurado por ganada
A mi me la dio, mantuve
Relación con Sierra, anduve
Unos días por su estancia
Era algo que enamoraba
Con la Mac-Cormic lindaba
De Rancagua a la distancia.

Bianco:
Después que Sierra murió,
Al que mucho conocí,
Anduve un tiempo por ahí
Porque Vera me invitó
Pa cantar, recuerdo yo,
En unas domas y yerras,
A los criollos de estas tierras
Les canté con artimaña
En el almacén de campaña
De los hijos de Pancho Sierra.

La nota de Enrique Virto en:  http://saltonline.com.ar/sierra/payador.htm
Facsímil de la revista Fray Mocho tomado de "El Rincón del Payador": 

viernes, 6 de diciembre de 2013

Pancho Sierra en el libro de Sábato: Abbadón el exterminador


Ernesto Sábato nació en la ciudad de Rojas (pcia. Bs. As.), a 52 kilométros de donde hoy está enterrado Pancho Sierra. Esto ayuda a entender por qué hay tres menciones a Pancho Sierra -todas muy respetuosas- en su famosa novela, Abbadón el exterminador :

"Pasaron algunos años después de su muerte cuando leyendo uno de esos libros de ocultismo supe que el 24 de junio era un día infausto, porque es uno de los días del año en que se reúnen las brujas. Conciente o inconcientemente mi madre trataba de negar esa fecha, aunque no podía negar lo del crepúsculo: hora temible. No fue el único hecho infausto vinculado a mi nacimiento. Acababa de morir mi hermano inmediatamente mayor, de dos años de edad. Me pusieron el mismo nombre! Durante toda la vida me obsesionó la muerte de ese chico que se llamaba como yo y que para colmo se recordaba con sagrado respeto, porque según mi madre y doña Eulogia Carranza, amiga de mi madre y allegada a don Pancho Sierra, "ese chico no podía vivir". Por qué? Siempre se me respondió con vaguedades, se me hablaba de su mirada, de su portentosa inteligencia. Al parecer, venía marcado con un signo aciago. Estaba bien, pero por qué entonces habían cometido la estupidez de ponerme el mismo nombre? Como si no hubiese bastado con el apellido, derivado de Saturno, Ángel de la soledad en la cábala, Espíritu del Mal para ciertos ocultistas, el Sabath de los hechiceros." (pag. 15)



"Carlucho dejó de sorber el mate, admirado.
—Tre o cuatro pare, decí?
—Sí, tres o cuatro pares de zapatos.
Carlucho se echó a reír con ganas.
—Pero pa qué necesitá tre o cuatro pare si no tenemo má que do pie?
Es cierto, a Nacho no se le había ocurrido.
—Y si alguien va al galpón y roba?
—Roba? Y pa qué? Si necesita algo se lo pide y se lo van a dá. Está loco?
—Entonces no habrá más policía.
Gravemente, Carlucho hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No habrá más policía. La policía é lo pior de todo. Te lo digo por esperiencia.
—Por experiencia? Qué experiencia?
Carlucho se replegó sobre sí mismo y repitió en voz baja, como si no quisiese
referirse a eso, como si lo de antes se le hubiera escapado.
—Esperiencia y yastá —comentó ambiguamente.
—Y si alguno no quiere trabajar?
—Que no trabaje si no quiere. Ya veremo cuando tiene hambre.
—Y si el gobierno no quiere?
—Gobierno? Pa qué necesitamo gobierno? Cuando yo era chico y quedamo en la calle, muerto de hambre, mi viejo salió adelante porque don Pancho Sierra le puso una carnicería. Cuando me fui a pionar, tampoco necesitábamo el gobierno. Cuando me fui al circo, tampoco. Y cuando entré al frigorífico de Berisso, pa lúnico que sirvió el gobierno fue pa mandarno la policía en la huelga y torturarno" (pag 121)


"Chupó profundamente el mate, como si en lugar de chuparlo lo pensara.
—Desde la langosta... Y bueno... Mi padre le trabajaba un campito a don Pancho Sierra, entre Cano y Basualdo. Un hombre muy bueno. No sólo curaba, también daba remedio al pobrerío. Tenía una barba larga y blanca, hasta aquí. Medio mago era. Cuando nacían lo chico mi madre se lo llevaba ante e cristianarlo, y él le decía éste le va a viví éste no le va a viví. Fuimo trece hermano, ya te conté. Y bueno, don Pancho le anunció que tré no le iban a viví: ni la Norma, ni la Juana, ni la Fortunata.
—Y se murieron? —preguntó Nacho, maravillado.
—Y claro —respondió Carlucho con sencillez—. No te digo quera medio mago? Así que mama se resinaba de antemano, porque don Pancho le decía vea doña Feliciana no llore y resínese, que así lo quiere Dio. Pero lo mismo mama lloraba y la cuidaba, pero lo mismo se moría. Así é la vida, Nacho." (pag. 122)

Aniversario de la muerte de Pancho Sierra (revista Flash, 1984)


Peregrinacion a Pancho Sierra (revista Así, 1968)




Pancho Sierra en revista Careo (1965) (3)




Pancho Sierra en revista Careo (1965) (2)





Pancho Sierra en revista Así (1964)




jueves, 5 de diciembre de 2013

El mausoleo de Pancho Sierra, Patrimonio Histórico Cultural de la Provincia de Buenos Aires (2012)


La página web del gobierno municipal de Salto informó que el Mausoleo de Pancho Sierra ingresó al Patrimonio Histórico Bonaerense. Dice:

"Ley Nº 14.378
 Con fecha 30 de Agosto (de 2012) el Poder Ejecutivo de la Provincia de Buenos Aires promulgó la Ley 14.378 sancionada por la legislatura bonaerense que incorpora “Como Bien Histórico Cultural al Patrimonio de la Provincia de Buenos Aires el Mausoleo que guarda los restos de Francisco Sierra, y el templete exterior que atesora las ofrendas y reconocimientos, ubicado en el cementerio de la ciudad de Salto”.
El proyecto que permitió la sanción de esta norma fue presentado por el diputado por la Segunda Sección Electoral Ricardo Montesanti. Cabe agregar que durante el año legislativo anterior el entonces diputado Eduardo Fox.
Este Municipio hace expreso su beneplácito para con la norma emanada de la voluntad del Senado y de la Cámara de Diputados provincial, teniendo en cuenta no solo que el mausoleo donde reposan los restos de Pancho Sierra se encuentra enclavado dentro del cementerio local, sino que además la figura y el legado de este legendario sanador convoca anualmente a un importante número de turistas a visitar nuestra ciudad."

Fuente:

El mausoleo de Pancho Sierra, Patrimonio Histórico Cultural de la Provincia de Buenos Aires - Ley y Fundamentos



Fundamentos de la Ley 14378

A casi 118 años de su tránsito a la eternidad, Pancho Sierra continúa siendo un verdadero mito popular conocido y venerado en la República Argentina y en América Latina.
En forma cotidiana peregrinos de distintas procedencias y clases sociales visitan  su tumba en el cementerio de Salto solicitando su intercesión para el alivio de sus dolencias físicas o espirituales o para manifestar su gratitud por los bienes obtenidos mediante su invocación.
Las devociones populares son consideradas como parte del patrimonio cultural intangible de las comunidades. Pancho Sierra y su discípula María Salomé Loredo (La Madre María) son íconos de las expresiones de fe de nuestro pueblo que han trascendido las épocas en que ambos existieron y continúan convocando a nuevas generaciones que encuentran en su culto un sostén a las adversidades de la vida.

Síntesis Biográfica de Pancho Sierra
 Místico, predestinado, manosanta, iluminado... Muchas son las adjetivaciones que se usaron y habrán de usarse para definir a quien en vida fuera FRANCISCO SIERRA Y ULLOA.
Nacido en la ciudad de Salto (provincia de Buenos Aires) el 21 de abril de mil ochocientos treinta y uno, hijo de Francisco Sierra y Raimunda Ulloa, su alumbramiento tuvo lugar en una finca céntrica, situada lindando con el edificio donde se erige actualmente el Banco Nación por su parte este. Su partida de nacimiento (fe de bautismo) que se había asentado en el templo de San Pablo de Salto, desapareció durante un incendio, después a solicitud del mismo interesado el vicario Manuel B. Fernández, el 20 de febrero de 1873, extendió otra fe de bautismo, con la firma de los testigos don Diego Barruti y don Pablo Avilés,  certificada por el notario eclesiástico José Alvarez y Fernández.
Ya en edad de comenzar a cursar sus estudios secundarios, fue enviado al colegio de don Rufino Sánchez, en Buenos Aires. Era un muchacho inteligente, que gozaba de la estima de sus compañeros, por sus innatas condiciones de bondad.            Nada dejaba entrever en su armoniosa fisonomía, en su inteligente mirada, en su elegante porte, el destino que le aguardaba.
Junto con la adolescencia, llegó el primer amor: Nemesia se llamaba la niña de la que Pancho, como ya le llamaban sus amistades y familia, quedó prendado. Aquí es donde la historia se confunde con la leyenda. Para muchos, la joven mantenía un grado de parentesco con la familia Sierra, para otros, ambos pertenecían a diferentes estratos sociales. Lo cierto es que jamás habrá de saberse si Nemesia correspondió o no el amor del joven Pancho, o si las familias de ambos opusieron tenaz resistencia a ese romance. Nemesia fue enviada por su familia a la provincia de Córdoba, para poner distancia por medio. Pancho entró en un mutismo que alarmó a sus parientes. Permanecía días enteros encerrado en su habitación, probando apenas bocado, hasta un extremo en que sus propios pa­rientes empezaron a pensar que había enloquecido.
Fue entonces cuando buscó refugio a su dolor en la paz de la provincia. Arribó al vecino pueblo de Rojas, donde tomó hospedaje en la casa de doña Casimira Fernández de García. Su vida fue plácida y tranquila,  comenzó allí, en las tertulias con los jóvenes de la casa, a cultivar uno de sus grandes amores: la guitarra. Fue por entonces que le llegó la noticia de la boda de Nemesia, con un tal Gil.
Sumido nuevamente en la melancolía, viajó de regreso hacia Salto donde pasaba largas horas sumergido en sus cavilaciones, preso de una profunda melancolía su lugar preferido para la meditación era el viejo puente que se alzaba al oeste de la población, en el antiguo camino a Pergamino.
Por esos días llevado por su bondad, comenzó a ejercer la virtud de la caridad, sensibilizándose ante los problemas de todos. Quizá Pancho, en sus horas de meditación, percibió en su interior la energía poco común de su espíritu y su generosidad lo empujó a utilizarla en beneficio de los sufrientes.
Ya en la adultez hereda de sus padres la estancia "El Porvenir", situada en Rojas, casi en el linde con el partido de Pergamino. Entonces su existencia dio un vuelco insospechado, la bucólica paz de la casona solariega fortalece en él su instinto meditativo.
La vivienda era de tres ambientes en la planta baja con un altillo donde pasaba largas horas, y jamás permitía que nadie entre allí.
Su experiencia era de un hombre maduro, coronaba su afilada cara una larga barba, prematuramente encanecida. Su cabellera descendía hasta sus hombros y lo que más llama la atención era la firmeza penetrante de su mirada, que, sin embargo ostentaba dulzura y paz.
Su vestimenta usual, en los días en la estancia eran blanca camisa y amplio chiripá negro, cuyos pliegues, al caer, semejaban una túnica; aunque en sus infrecuentes viajes a Buenos Aires, donde alternaba con políticos y escritores de fama de la época, vestía traje oscuro o levitón negro.
Jamás podrá desentrañarse el misterio que rodeó el inicio de su actividad como "sanador", sus vecinos de la estancia solían acercársele atraídos por su bondad, tal vez viendo en él a un ser confiable para volcarle sus problemas.
Continuó practicando la caridad, tanto que las ganancias producto de su estancia vuélcanse prácticamente a remediar los males de los pobres que se acercaban en busca de socorro. Cuando las dolencias eran de índole física, sólo recomienda beber en ayunas un vaso de agua.
Comenzó a correr su fama, desde todos los rincones de la Provincia llegaban viajeros, en busca de una respuesta. A todos atendía y la mayoría lograba una rápida cura de sus dolencias o consuelo al espíritu desolado.
Utilizaba para recibir, una de las habitaciones de la planta baja; al pie del altillo junto a una vieja escalera de madera que llevaba a él, descansaba siempre un látigo trenzado. Quienes lo conocieron, aseguran que poseía la seguridad de tener un don que le permitía llevar alivio a los enfermos. Dueño de un tremendo magnetismo personal, unido a una más que mediana cultura (poseía estudios de medicina), más una profunda fe, es innegable que trasmitía una sensación de seguridad que ejercía poderosa influencia en las curaciones. Pocas veces imponía las manos sobre los enfermos, ya que consideraba al agua como un vehículo de la “transmisión de su propia energía al otro”.
No necesitaba que quienes acudían a consultarlo le expresaran el origen de sus males. A menudo, recién llegando, al descender de los carruajes, con voz firme les expresaba el motivo que los traía a su presencia. Su fama aumentó día a día, en Buenos Aires, muchos lo consideraban "un predestinado".
Numerosas son las anécdotas que, de boca en boca, han llegado a nuestros días, reflejando "el milagro" de las curaciones efectuadas por Pancho Sierra. Hemos escogido unas pocas:
Benitez, un conocido vecino saltense, debido a una larga enfermedad, debía usar muletas. Los médicos nada sabían del origen de su mal. Desesperado viajó a ver a Pancho Sierra. Apenas llegó, éste, con voz tonante le expresó: "Eso te pasa por hereje... Cuando dejes de castigar los animales con la cadena vas a estar bien ... " Benitez no volvió a castigar a los animales y curó sus padecimientos.
En 1881, los médicos habían diagnosticado a don Martín Bazterrica, rico hacendado de 9 de Julio, un aneurisma de corazón. Un amigo del enfermo, le cuenta que la noche anterior había soñado que si acudía a lo de Sierra, se curaría. A las tres semanas, Justo Incholeti ese vecino, le visita nuevamente, para decirle que había repetido el mismo sueño. Fue entonces que Bazterrica, con su esposa, decidió emprender el viaje. Al hacer noche en un hotel de Chivilcoy, sus acompañantes notaron la mejoría. Tenía más fuerzas y no parecía sentir el cansancio del largo trajinar. A la mañana, muy temprano, llegaron al “El Porvenir”. Pancho Sierra le recibió con estas palabras: "¿Recién venís? Hace un mes que te llamé... A pie podrías haber llegado... " Bazterrica sanó milagrosamente, para asombro de todos y vivió 23 años más, habiendo fallecido en el año 1904.
Roberto Cano, un estanciero rojense, fue a ver a Pancho, rogándole hiciera algo por su madre, enferma de gravedad en Buenos Aires. Pancho le replicó: "Ahí tenés caballos frescos. Andá a Buenos Aires, que tu madre no tiene nada. La que va a morir es tu hermana. Corré si querés verla con vida". Cano emprendió de inmediato el regreso, y al llegar, asistió a los últimos minutos de vida de su hermana, a la que había dejado bien al partir. En cambio su madre sanó de inmediato.
En Salto, un vendedor ambulante, llamado Cornelio Velázquez, estaba postrado en su cama, debido a un problema en sus piernas, desahuciado por los médicos de volver a caminar. Se hizo llevar a lo de Sierra. Esta vez, en lugar del consabido vaso de agua, Pancho le recomendó que tomara baños en el río, que así iba a mejorarse. Era julio, el mes más frío del año y todos opinaban que era una locura meterse en el río con esas bajas temperaturas, Velázquez, sin embargo, lleno de fe en Pancho Sierra, así lo hizo y curó de una manera asombrosa, sin que le quedaran secuelas de su invalidez.
Aunque solo contaba 60 años, Pancho Sierra tenía el aspecto de un anciano venerable. Su barba y su largo cabello, completamente encanecidos, le daban un aspecto imponente. Poco más de un año antes de su muerte, contrajo sorpresivamente matrimonio con una joven mujer, que heredó sus bienes.
El día 4 de diciembre de 1891, un hombre de apellido Arévalo, que había trabajado como peón de don Pancho, mientras se encontraba en el campo, vio revolotear sobre su cabeza un escarabajo. Gritando exclamó: "¡Se muere don Pancho!" Pidió permiso a su patrón, Pedro Indarte (vecino de Coronel Isleño), y voló hacia el establecimiento "El Porvenir". Cuando llegó, encontró el velorio de Sierra. Ese último llamado de don Pancho, fue un misterio que Arévalo guardó hasta su muerte.
La noticia de la muerte del "Gaucho Santo", movilizó de inmediato interminables caravanas de carruajes. Desde todo el país llegaron personas a las que Sierra había aliviado de sus padecimientos.
En enero de 1892, los principales diarios del país: La Nación, La Prensa, El Nacional, El Día, El Censor, publica­ban la noticia del homenaje que se tributaría en la tumba de Pancho Sierra, el día 15 de marzo. Desde varios días antes, comenzaron a llegar viajeros a Salto, colman­do la capacidad de hospedaje.
Desde el centro del pueblo, partió una larga caravana, en extraño silencio. Ante la tumba, hablaron en su homenaje Cortés, Quinteros y Mares, cerrando el acto Rafael Hernández (hermano de José, el autor del Martín Fierro). Se colocó su cuerpo en la tumba que guarda sus restos una placa que reza: "A Pancho Sierra, sus amigos"             Marzo de 1892. Desde allí hasta nuestros días, se cuentan por millones las personas que acuden a Salto, a venerar su nombre y su recuerdo. Muchos sostienen haber recibido la respuesta a sus pedidos y no faltan los que aseguran que bebiendo simplemente un vaso de agua en su nombre, han sanado de sus dolencias. Francisco Sierra y María Salomé Loredo, maestro y discípula, renunciaron a su posición económica desahogada para dedicarse desinteresadamente a la curandería. Tuvieron creyentes de todas las clases sociales (incluído Hipólito Irigoyen) y dieron lugar a un profuso anecdotario sobre sanaciones milagrosas que los convirtió en santos populares.
El maestro (Francisco Sierra) y su futura discípula y sucesora María Salomé Loredo y Otaloa de Subiza se conocieron en calidad de sanador y de paciente. Ella era una mujer joven, aún casada con Aniceto Subiza, su segundo esposo, y padecía, al parecer, de cáncer. Deshauciada por los médicos, había concurrido a la estancia "El Porvenir" (Pergamino) cuyo dueño, el llamado "médico del agua", curaba a los consultantes sin otros medios que su palabra y el agua de un viejo aljibe del campo.
La cita fue providencial para ambos. Sierra encontró la personalidad ideal para transmitir su legado. María, que pronto iba a quedar nuevamente viuda, se halló a sí misma en esa misión encomendada. A diferencia de otros personajes canonizados espontáneamente por el pueblo, ni Sierra ni María Loredo pertenecían, por su posición social y económica, a las clases populares. El curandero del aljibe era hijo del matrimonio conformado por acomodados propietarios de campos. María Salomé, por su parte, nacida en España el 22 de octubre de 1855, se había casado dos veces con hombres de fortuna y era dueña de recursos considerables. Sin embargo, a partir del momento en que se sienten señalados por una elección divina, ambos se dedican al servicio de los que sufren, dejando de lado cualquier pretensión mundana. Los dos, también, hablan a todos, pobres o ricos, con un lenguaje sencillo (condimenta­do por buenas dosis de picardía criolla, en el caso de Sierra) y difunden, a través de la oración y el ejemplo, el mensaje evangélico.


Otras visiones sobre Pancho Sierra:
"No cobraba sus curacio­nes -ni siquiera admitía que él fuera el artífice de la mejoría de los pacientes- y si aceptaba los regalos que los recuperados le traían, era, antes bien, para repartirlos luego entre el paisanaje pobre. Él mismo parecía un paisano más, por la vestimenta: alpargatas, bombachas, poncho y chambergo. Lo llamativo no eran sus ropas, que ningún lujo tenían, ni siquiera la rastra de monedas de plata que tanto gustan ostentar los campesinos pudientes. Lo que encandilaba, sin duda, eran su porte y su prestancia. Las barbas largas y blancas, los ojos nítidamente azules configuraban la estampa ideal de un Dios Padre (o un Tata Dios) de libro de misa. Algo parecido, pero en versión occidental y rubia, al poeta de la India Rabindranath Tagore, quien aparecería por Buenos Aires unos veinticinco años después con barbas no menos largas y blancas, y vestido de túnica. Así describe a Pancho Sierra el incrédulo narrador del cuento Mi cruzada contra la superstición (Lojo, Cuerpos resplandecientes). Carismático y burlón, dotado de extraordinaria perspicacia, Sierra distinguía perfectamente entre aquellos que se acercaban empujados por genuinas aflicciones y los que ocultaban la intención de desenmascar al supuesto mistificador. Entre tantas anécdotas, puede mencionarse la de un consultante que le llevó un frasco de orina de cerdo presentándola como propia, y obtuvo como diagnóstico un "¡Andá a que te cure el chancho!". Otros episodios (narrados por su sobrina nieta, Leonor Sierra de Terrile, por María Luisa Superno y por Adelina del Valle, todas ellas autoras de libros sobre el personaje) aluden a su capacidad de predecir los hechos y de ver a la distancia, y a sus poderes hipnóticos.
Algunas de las curaciones que se le atribuyen evocan por cierto relatos del Evangelio, como el que describe a un enfermo paralítico, transportado en coche hasta el corredor de la casa donde se encontraba Sierra tomando mate, y al que éste le ordena repetidamente que descienda del carruaje por sus propios medios si desea ser curado. Después de reiteradas negaciones, el paciente, de a poco, se va afirmando sobre sus pies hasta llegar al lado del sanador. En otra anécdota, Sierra devuelve la vista a los dos hijos mellizos, ambos ciegos, de un desolado matrimonio.
Tanto Sierra como la Madre María atendieron a peregrinos de todas las clases sociales y de instrucción dispar. Una multitud en la que se mezclaban sombreros y rebozos, chamberguitos y galeras, afluía hacia el improvisado consultorio rural desde los dos ramales ferroviarios (Pergamino-Junín y Pergamino-Retiro) y los cocheros no daban abasto para trasladar tantos visitantes a la estancia, distante siete leguas de la estación. En­tre los más conspicuos, se cita a ricos estancieros de Pergamino, como los Ortiz Basualdo, o Roberto Cano, de la localidad de Rojas. Los incrédulos recibían a veces un castigo, si pretendían estorbarle sus prácticas benéficas, como el comisario que quiere detenerlo por ejercicio ilegal de la medicina, y debe volver con la mano monstruosamente hinchada para rogar la curación, o el médico que -después de haberlo difamado- no tiene más remedio que concurrir a su campo, casi inválido. Allí Sierra le administra la consabida "medicina", y lo exhorta a retractarse de sus infundios.
La indiscutible piedad de Sierra no implicaba repulsa hacia las diversiones humanas o las alegrías del amor. Cuentan que le gustaba "entonarse" de cuando en cuando, pero tomaba la precaución de hacerse llevar a su casa, seguro y dormido, por un experto cochero. Como gaucho que era, disfrutaba de payar; sus payadas eran "a lo divino" y versaban sobre temas religiosos y metafísicos, vertiente temática frecuentada también por la poesía gauchesca. Poco antes de su fallecimiento, cuando orillaba los sesenta años, decidió quebrar su empecinada soltería y se casó con una muchacha de dieciséis, hija de un pariente, según algunos con el filantrópico afán de legarle su fortuna. Pero no por ello fue un "matrimonio blanco". De él nació una hija póstuma, Laura Pía Sierra. Aunque su padre no llegó a conocerla, seguramente representó otra clase de apuesta por la trascendencia para este hombre, que también había previsto, entre tantas otras cosas, su propia muerte.

 Espiritismo y profecía
¿Profesó Pancho Sierra el espiritismo? ¿Fue el denominado "Resero del Infinito" lo que se llama un "médium", que derivaba de esa condición sus poderes curativos? Si no él mismo, fueron espiritistas algunos de sus amigos, como Rafael Hernández (hermano del autor de Martín Fierro) o Cosme Mariño, ambos abocados al periodismo, y también buena parte de sus simpatizantes. A poco de su muerte, el día 15 de marzo de 1892, adherente s a esta doctrina le hicieron un primer homenaje público en el cementerio de Salto. Treinta años más tarde, la Sociedad Miguel Vives, de Lanús, difundiría el libro Pancho Sierra- Comunicaciones, con textos supuestamente transmitidos por el maestro desde un no tan lejano más allá. Otro libro (La Verdad. Pancho Sierra) recoge las comunicaciones que un grupo espiritista habría recibido de Sierra en 1937. Lo más probable, como señala Fermín Chávez, es que Sierra, sin ser necesariamente ni partidario ni difusor de la Escuela, encarnase en su persona las condiciones que definían a un líder espiritual para los adscriptos a estas ideas (muy de moda y consideradas científicas por muchos en su tiempo).
Ni Pancho Sierra ni la Madre María desdeñaron un gesto privilegiado por los fundadores religiosos: profetizar. Sierra no quiso dejar nada por escrito, pero sus seguidores se encargaron de difundir sus anticipaciones. No hay en ellas demasiadas novedades con respecto al Apocalipsis: la llegada del Mesías, precedida de un cúmulo de males (guerras, desunión familiar, enfermedades) en un siglo de infortunios. Por su parte, la Madre María sí escribió en sus últimos días un testamento del mismo estilo, aunque en él augura que "empezará una nueva era de la vida, en la tierra de promisión: la República Argentina". Sus consejos finales apuntaron, además, a potenciar el respeto y el amor hacia la figura materna, "pues ella representa la esencia de Dios".

¿PSICOTERAPIA ALTERNATIVA?

El psicólogo Alfredo Moffat (discípulo de Enrique Pichon Riviere) describe a Pancho Sierra y a la Madre María como representantes de prácticas psicoterapéuticas populares, no científicas, pero muy eficaces en su capacidad de establecer conexión emotiva con los pacientes y disolver así sus conflictos. Sierra, figura paternal benigna pero firme -dice Moffat- apela a una técnica ascética y limpia de purificación a través de la ingesta de agua, que lava los males. El estilo de la Madre María, por su parte, maneja la profecía apocalíptica para lograr la entrega y la obediencia del afligido a una figura materna poderosa que concede, a cambio, protección y seguridad. Como la psicoterapia científica, pero con diferentes herramientas, enfrentan el miedo a la muerte y la angustia ante lo inexplicable que las racionalizaciones no logran reducir.


PERSONAJE DE ERNESTO SÁBATO

Oriundo de la zona que habitó Pancho Sierra, Ernesto Sábato introduce en la novela Abaddón el Exterminador referencias a su figura por boca del personaje Cartucho.
Sierra es el benefactor de la familia de Cartucho, dejada en la miseria por la plaga de langostas. Empiezan de nuevo en el pueblo gracias a que el manosanta les da vivienda y los ayuda a poner una carnicería.
Esta es la leyenda que transmite Cartucho, el bondadoso anarquista:
“Mi padre le trabajaba un campito a Don Pancho Sierra, entre Cano y Basualdo. Un hombre muy bueno. No sólo curaba, también daba remedio al pobrerío. Tenía una barba larga y blanca, hasta aquí. Medio mago era.
Cuando nacían los chicos mi madre se los llevaba antes de cristianarlos y él le decía éste le va a viví éste no le va a viví.
Fuimos trece hermanos, ya te conté. Y bueno, don Pancho le anunció que trés no le iban a viví: ni la Norma, ni la Juana, ni la Fortunata.
-¿Y se murieron?-preguntó Nacho maravillado.
-Y claro –respondió Cartucho con sencillez-. ¿No te digo que era medio mago?”

Mausoleo de Francisco (Pancho) Sierra en el cementerio de Salto
El mausoleo de la familia Sierra data de 1878 y se yergue a escasos metros de la entrada del cementerio de la ciudad de Salto, emplazándose sobre la margen izquierda del sendero principal.
Consta de un templete compuesto por cuatro columnas que soportan su cúpula redonda, al centro se ubica un ángel de la guarda de mármol de carrara.
Esta rodeado por un enrejado artístico de hierro forjado que culmina en clásicas lancetas.
Diariamente los promesantes depositan allí sus flores y súplicas a Don Pancho al punto que a lo largo de su historia nunca dejaron de faltarle flores frescas, sobretodo claveles rojos.
El templete lateral exterior está cubierto de cientos de placas recordatorias que testimonian el reconocimiento de los promesantes por las gracias recibidas; frente al mismo se yergue la estatua de Pancho Sierra con sus vestimentas gauchas, su poncho criollo, y sus clásicas barba y cabellera blanca al viento. El brazo derecho en alto de la estatua parece saludar a los promesantes y refleja calidez humana convocando a la mirada esperanzada y respetuosa de los fieles.
Pancho Sierra nunca lucró con sus dones, al contrario se deshizo de sus bienes personales y familiares para entregárselos a los más necesitados.
Jamás se atribuyó poderes o capacidades de curación, siempre anteponía el nombre de Dios y la fuerza divina cuando quienes lo requerían obtenían el alivio o sanación para sus dolencias.
Don Pancho nunca practicó el espiritismo ni difundió sus preceptos. Sierra profesaba la fe católica y la transmitía a los que solicitaban sus auxilios. La iglesia católica lo acepta como a uno de sus hijos dilectos.
“Soy un modesto mensajero de Nuestro Señor Jesucristo. Soy tan sólo un simple gaucho al que Dios eligió para ayudar a los pobres y a los enfermos, nada más”. Así hablaba Don Pancho Sierra, así se lo recuerda y venera desde hace más de un siglo, por ello se lo sigue reconociendo como: “El Gaucho Santo”.
Por los motivos expuestos, solicito a las señoras y señores legisladores acompañar con el voto afirmativo el presente proyecto de ley.

Bibliografía
Chávez, Fermín: “Pancho Sierra en la Leyenda y en la Historia”. Todo es Historia Nº 5 Pág. 31-41.
Lojo, María R: “Cuerpos resplandecientes” Ed. Sudamericana. Buenos Aires- 2007.