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jueves, 19 de diciembre de 2013
domingo, 15 de diciembre de 2013
Variaciones de Juan Moreira (y Pancho Sierra) -según la Peña Carlos Gardel, del Borda, narrado por Alfredo Moffat
Imagen de Juan Moreira en la capilla de Paulina Casamajós en Salto. Foto: Darío La Vega
Cuenta Alfredo Moffatt:
"En los años ‘70, en el fondo del Borda, hicimos la
experiencia de la Peña Carlos Gardel, en la que también había un grupo de
teatro: “Las Animas” (o “Los Fantasmas del Alma”). Estaba compuesto por
compañeros de adentro y de afuera: Rafael Rodríguez, Carlos de Sica, Carlos
Rafaelli, Jorge Bonay, Graciela Cohen, Graciela Hericourt y otros más.
Representábamos el Juan Moreira, seguíamos la línea del radioteatro
criollo que, a su vez, desciende directamente del viejo teatro de circo de los
hermanos Podestá. Este teatro criollo desarrollaba siempre el tema del gaucho
matrero, el paisano que se rebela por los atropellos de la autoridad. Es el
tema del héroe, el mito de Juan Moreira, que aparece tratado con otros nombres
y bajo otras circunstancias, pero con igual estructura temática.
Los sábados, que eran los días en que funcionaba la Peña y el grupo de teatro,
se trabajaba sobre una situación, una estructura argumental sencilla que se
acordaba entre todos antes de comenzar y luego se iba improvisando el
desarrollo. En este sentido parecía más una sesión psicodramática que teatral.
La participación de los espectadores era a veces directa y algunos saltaban al
ruedo y ayudaban a uno de los personajes. También en la resolución de la
situación dramática se superponía a veces el psicodrama al teatro: en el mito,
el Sargento Chirino lo ensarta con su bayoneta a Juan Moreira, y lo mata. Pero
después, en nuestras representaciones, se invertía el mito: Juan Moreira lo
mataba a Chirino. Un día, en una representación, el loco que hacía de Chirino,
se arrancó la gorra y el uniforme de cotillón que era su vestuario y dijo: “¡A
la mierda los uniformes… yo me voy a unir al pueblo!...” Y todos los pacientes
aplaudían, y era como la revolución social (aclaramos que estábamos en la época
de Cámpora).
Foto: saltociudad.com
Otra vez, el Sargento Chirino apareció con un guardapolvo blanco, que le habían
sacado a un enfermero, y un simulado electroshock de cartones para aplicarle
uno a Juan Moreira, y entonces los otros locos lo corrieron al Sargento
Chirino, que se había transformado en el temido psiquiatra, para cagarlo a
palos, y así pudimos elaborar en forma de teatro, en realidad usando técnicas
psicodramáticas, la angustia de los pacientes por lo agresivo de este método
terapéutico.
En otra representación, cuando llegó la pelea de Moreira con los milicos, éstos
se tenían que morir y como seguían los sablazos (habíamos hecho sables de
madera con papel de aluminio) le recordé al soldado que esa vez ganaba Moreira
y él moría, de modo que le grité: “¡dale, morite!”... A lo que él contestó
arremetiendo con más sablazos: “¡yo no me muero nada, carajo...!”
También hubo sábados en que se mezcló el como si teatral con la vida real. Por
ejemplo, Juan Moreira con las ropas gauchas aparecía corriendo en la Peña, y
diciendo: “He venido a la mentada peña de Gardel para refugiarme, pues estoy
herido y me persigue la partida”... Luego llegaba el “comesario” con los
milicos y se armaba el gran despelote, pues todos defendían a Moreira.
Otro tema que apareció varias veces (era bastante imprevisible qué escena era
la que se iba a representar) era Moreira enfermo. En cierta ocasión, Moreira
escuchaba voces que lo insultaban y además sentía mucha tristeza. El amigo
(Julián Andrade) lo llevaba a la ciudad donde un médico le daba pastillas, le
decía que estaba perdido y finalmente le aplicaba un electroshock (esta escena
se debió hacer con mucha cautela). Moreira seguía igual y cada vez más
entristecido. En este momento la madre de Moreira, aconsejada por los vecinos,
lo llevaba a lo de un paisano viejo que sabía mucho de la vida, llamado Pancho
Sierra (yo aparecía con un vaso de agua y una barba blanca hecha con algodón
“Estrella”). En la entrevista, Pancho Sierra le ponía una mano en el hombro a
Moreira y le decía: “vos estás triste porque has perdido la esperanza... y oís
voces porque tu alma está sola, vos tenés enferma el alma y no el cuerpo”...
Esta reubicación de la enfermedad como una ausencia de diálogo, como un
problema del alma y por lo tanto del destino, conectaba al pobre, al marginado,
con su identidad y su palabra, que es precisamente lo que le niega el
sistema."
Fuente: http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=277
Imagen: Darío La Vega y http://saltociudad.com/nota.asp?n=&id=6191&id_tiponota=1
viernes, 13 de diciembre de 2013
Sanadores en la tumba de Pancho Sierra -por Alfredo Moffatt (1975)
Imagen del libro "Psicoterapia del Oprimido"
Dice Alfredo Moffatt:
"También Pancho Sierra es importante en el
área de la psicoterapia popular debido al desarrollo de los manosantas,
videntes, hermanos espirituales panchosierristas, que son muy numerosos. Estos
se reúnen todos los años para el día 4 de diciembre en la ciudad
de Salto, Provincia de Buenos Aires, frente a la tumba de Pancho Sierra, guía
espiritual de todos ellos. Una delegación de cinco compañeros de la Peña Carlos
Gardel fuimos al Cementerio de Salto el 4 de diciembre pasado. En esta especie
de Congreso anual de curanderos, se reúnen también gran cantidad de personas
con problemas psicológicos para ser curados por los hermanos panchosierristas.
Nosotros pudimos analizar de cerca y en
todos sus detalles, las técnicas operativas utilizadas. Vamos a describir
cuatro de ellas:
El primero era un hermano espiritual de la
Provincia de San Luis (del Centro Espiritual de Justo Daráct). Este hermano,
luego de permanecer cerca de la tumba de Pancho Sierra, entró en trance, y
comenzó a temblar violentamente moviendo la cabeza hacia los costados, soplando
con fuerza en forma contínua. En un momento dado, se encarnó en él el espíritu
de Pancho Sierra y de este modo comenzó a hablar Pancho Sierra por su boca.
Luego se desplazó hacia el interior del cementerio seguido por quienes deseaban
curarse con él. El hermano, rodeado por los consultantes, escuchaba el problema
psicológico planteado y, sin dejar de agitar la cabeza, gritaba de pronto ”¿qué
sientes hermano”?... ¿qué sientes?...” Esto creaba una gran tensión psicológica
en el grupo, se producía un momento de silencio y luego el vidente acercaba
su mano al rostro del paciente y
(haciendo una imposición de manos) gritaba ”andá, hermano, ya estás curado”...
grito éste que aliviaba la tensión grupal, después de lo cual pasaba a otro
paciente.
Otro hermano, éste con ropas de gaucho,
tenía una técnica operativa completamente distinta: hablaba en voz baja y
pausadamente, escuchaba el problema y luego proponía un tratamiento. a veces
con yuyos. y muchas veces con consejos de estilo criollo. Lo interesante era
cuando incluía frases que contenían órdenes post-puestas, (curiosamente ésta
técnica está actualmente siendo desarrollada por el equipo de Jay Halley del
grupo de P lo Alto, California) Un ejemplo de su técnica era cuando le decía al
paciente ”vos vas a soñar conmigo de acá a tres días y yo te voy a decir en el
sueño cómo vas a resolver tu problema”.... con lo cual condicionaba, debido a la expectativa provocada, la actividad
onírica del paciente y le movilizaba el conflicto inconsciente, con la orden
indirecta de proponer una solución, elaborada naturalmente por su propia
actividad psicológica, pero percibida por el paciente como dictada por el hermano-terapeuta.
El tercer terapeuta, esta vez una mujer,
había desarrollado una técnica muy elemental, pues sólo empleaba el exorcismo,
mediante un crucifijo de plata con el cual tocaba, haciendo un movimiento en
cruz, repetidamente, la zona afectada del cuerpo del consultante, mientras
decía una oración incomprensible. La última técnica operativa observada, era
tal vez la más interesante. Se llamaba hermana María y su técnica permitía un
mayor nivel catártico. Consistía en liberar por medio de espantosos gritos al
mal psicológico, después que lo hacía pasar, del paciente a su propio cuerpo.
La hermana María hacía sentar o acostar a la consultante en una tumba; ella, de
atrás, le frotaba la mano con energía para extraer el mal y, bruscamente, daba
un grito muy fuerte y desgarrador (que allí, entre las tumbas, erizaba los
cabellos). A continuación se agachaba y
le hablaba al paciente en voz baja y con mucha dulzura le preguntaba al oído ”¿qué
te pasa? ”... ”¿ya te sentis mejor? ”... EI consultante, ante el cambio tan
repentino del terapeuta de lo terrorífico del grito (era casi un alarido) a la
suave y acariciante dulzura de la voz en el oído, perdía desconcertado su
resistencia a comunicar el problema y, aliviado, relataba todo. Luego, la
vidente, con la misma dulzura, le recomendaba una solución. Como observación
válida para las cuatro técnicas analizadas, podemos señalar que siempre se
consigue, por un medio u otro, una fuerte conexión emotiva con el que viene a
curarse y sólo a partir de este intenso vínculo transferencial, propone la
sugerencia terapéutica."
Integrantes de la Peña Carlos Gardel, del Borda, visitan la tumba de Pancho Sierra (1974)
En su libro "Psicoterapia del Oprimido" (ver entrada anterior y posterior), el psicoterapeuta Alfredo Moffat relata que viajó, junto con integrantes de la Peña Carlos Gardel, del Neuropsiquiátrico Borda, a visitar la tumba de Pancho Sierra en Salto, el 4 de diciembre de 1973.
Ernesto Iriarte colocó un video en youtube con imágenes de ese viaje. El texto suyo que acompaña a las imágenes dice así:
"Visita realizada por los integrantes de la Peña Carlos
Gardel, que funcionaba en el Neuropsiquiatrico Borda, al Cementerio de Salto el
dia 4 de diciembre de 1973, aniversario de la muerte de Pancho Sierra, con la
finalidad de acompañar a un interno del hospital que creia en sus poderes
curativos. La madre Maria fue la continuadora y discipula del sanador".
Fuente del video: http://www.youtube.com/watch?v=Jcp-MyXY0Mg
Pancho Sierra en "Psicoterapia del Oprimido", de Alfredo Moffatt (1975)
"Llamado también el ”Gaucho Santo de
Pergamino" o el ”Resero del Infinito” es representante de la línea criolla
o gaucha de manos-santas. Era hombre rico y tenía propiedades en el Salto (Provincia de Buenos Aires) donde está
actualmente su tumba.
Su técnica era muy ascética pues establecía
el vínculo, con el que lo venía a consultar, a través de un vaso de agua fría
que extraía de su aljibe y que era muchas veces lo único que daba como
medicina. De larga barba blanca y aspecto de patriarca gaucho, constituía el
arquetipo de viejo sabio de la psicología jungiana. Atendía en el patio de su
casa y no establecía un vínculo regresivo, sino que producía el cambio
terapéutico a nivel de la vida cotidiana, a veces por órdenes cariñosas pero
firmes típicas del lenguaje criollo (como ser, a un paralítico que lo traían en
carro: "Bájese, amigo. . . y acérquese caminando, que para eso tiene las
piernas! ").
Imagen del mausoleo de Pancho Sierra en el libro de Moffat (pg. 151)
Después de muerto llegó a ser la figura
principal del santoral gaucho y, para muchos criollos, sustituye a Jesucristo.
Tal vez debido a sus ropas de gaucho pudo ser una figura más identificable con
la paterna para el paisano y, por lo tanto, adecuada para “montarse" sobre
el culto a los antepasados y no a una figura de hijo como Jesucristo, que además
tiene, para la cultura gaucha, el elemento extraño de estar representado y
adorado clavado vivo sobre una cruz de tirantes, lo cual introduce un elemento
de crueldad, de sadismo, que no existe en la cultura criolla, menos torturada
psicológicamente que la de tradición judeo‑cristiana.
Pancho Sierra gastó casi toda su fortuna
repartiendo ayuda y comida a los necesitados de modo que, como un verdadero
líder popular, acompañaba sus frases de ayuda con objetos que eran verdaderos
mensajes concretos de ayuda. Pero la transferencia terapéutica, el vínculo que
producía el cambio, lo lograba sólo con el famoso vaso de agua fría, por lo que
también se lo llamaba "el doctor del agua fría". Ya veremos luego
que esta técnica tan aséptica y "limpia" luego se complica y Tibor
Gordon, que sería el único terapeuta actual de la línea criolla, incorpora una
enorme cantidad de símbolos y técnicas que van desde el peronismo al
evangelismo, pasando por el fetichismo del objeto de consumo masivo y que
producen un producto ideológico bastante contradictorio (empezando por el
Gaucho Tibor, que es checoeslovaco y habla con acento centro‑europeo)."
Trecho del capítulo 5, "Las terapias populares" (pag. 148-149). Psicoterapia del Oprimido, editorial ECRO, Buenos Aires, 1975.
martes, 10 de diciembre de 2013
lunes, 9 de diciembre de 2013
sábado, 7 de diciembre de 2013
Pancho Sierra y el Gauchito Gil, según el diario La Nación (1999)
banderas utilizadas por el sanador Manuel Payne -Salto (2013)
Lunes 24 de mayo de 1999 | Publicado en edición
impresa
Los santuarios paganos (Nota II y última)
Dos gauchos que atraen la veneración popular
Adhesión: miles de devotos piden favores al Gauchito Gil,
en Corrientes, y a Pancho Sierra, en la provincia de Buenos Aires.
Por Ramiro Pellet Lastra
La imaginación de los argentinos ha consagrado a una legión
de gauchos aventureros entre los santos paganos más venerados del país. En el
Litoral sobresale el Gauchito Gil, una leyenda correntina.
Cualquier momento es bueno para visitar al Gauchito, la
cumbre de cuya devoción se alcanza el 8 de enero, cuando la ciudad de Mercedes
recibe a más de 100.000 personas que marchan al santuario, erigido a 8
kilómetros del centro urbano, con la fuerza de los años y la gracia del
chamamé.
Miles de placas de agradecimiento son testimonio de la
adhesión de vecinos y visitantes lejanos, que se trasladan anualmente al
santuario popular.
Hace doce años que Catalina Feliciana González viaja
desde Merlo. En su casa tiene pintado un mural del Gauchito y guarda en secreto
una relación que se consolida en cada visita.
Elida Avelano tiene 71 años y desde 1947 visita al
Gauchito. Hoy recuerda que, antes de construirse la ruta, el santuario se
encontraba en pleno monte y la gente llegaba en carreta. Ella es creyente y le
reza diariamente a Dios y a María. Pero siempre agrega una frase en sus
oraciones para el Gauchito Gil.
"El Gauchito sigue haciendo su obra, aun después de
muerto, porque los que trabajamos acá somos todos desocupados", dijo
Ofelia de Pardo, vendedora de esculturas y estampitas que incluyen las figuras
de la Virgen María y la del santito en la cruz.
Desertor del ejército, el gaucho Antonio Gil era una
sombra rebelde que bajaba de los montes para robarles a los ricos y darles a
los pobres. Un Robin Hood criollo que, a fuerza de hazañas, se ganó la
admiración de la gente de sus pagos.
El campesino fue ultimado en 1878 por fuerzas policiales,
pero con el tiempo regresó de las tinieblas en la devoción popular que le
ofrendan los correntinos.
El centro del santuario es un simple tinglado de chapa
que protege la tumba del difunto, una leve estructura de piedra cubierta de
placas que traen los visitantes.
Los negocios del paraje tienen a la vista pelotas de
fútbol, cámaras de fotos, radios, facones, mates, bombillas, chorizos,
estampitas. Todo dispuesto en amable confusión religiosa que presenta con
idéntica cortesía los recuerdos del gaucho santo y los bienes de consumo
cotidiano.
Casi lo mismo
El pañuelo y el chiripá son las prendas que viste el
correntino en las imágenes consagradas por la piedad popular.
Los fieles encienden velas y tocan la tumba antes de
tomar asiento en largos bancos de madera que dan al tinglado un aire de iglesia
rural. Cada cual sigue sus oraciones particulares como le viene en gana. Rezan,
piden, lloran, ríen. No es raro ver músicos que, bajando de un micro, regalen
canciones al santo de sus amores.
Como el conjunto Los Criollos de Salada, formado en 1987
por los hermanos Rodríguez, que siempre se hacen un tiempo en sus giras para
viajar a Mercedes y pedirle protección.
Y hay más regalos de quienes vieron sus deseos hacerse
realidad. Saben que allá arriba el Gauchito los escuchó. Los deportistas
ganadores entregan sus trofeos; los músicos afortunados ceden sus guitarras;
los que cambian el auto dejan patentes viejas. Nadie olvida devolver la gracia
generosa concedida por voluntad del Gauchito.
imágenes a la venta cerca del cementerio de Salto (2013)
A cientos de kilómetros del reino espiritual del gaucho
pagano, en los campos de Buenos Aires, se cultiva la devoción a un estanciero
del siglo pasado que supo tener seguidores en vida.
Su nombre era Pancho Sierra, estanciero de diversos
talentos, entre ellos, la clarividencia y la sanación. Mateando con su hermano
en la placidez de su estancia, Pancho no sólo anticipaba la llegada de un
paisano en apuros, con un dolor apremiante o un mal incurable, sino que hasta
lo sanaba aun antes de que bajara del caballo para explicarle su drama.
El que venía enfermo se iba curado. Era la regla que se
cumplía entonces, como se cumple ahora, según los feligreses que responden a su
culto. Además de arreglar la salud, Pancho confiere los milagros habituales
entre los santos de su raza: consigue novios, cambia autos, compra casas,
aprueba exámenes. Si es necesario detiene la lluvia.
En construcción
El santuario de Pancho aún está en construcción, en
función del empeño de Paulina Casamajó, que dice haber sido invitada por el
propio Pancho, cuyo espíritu flotó cierta noche sobre su cama, a dejar el
trabajo de costurera y entregar su vida al oficio de la sanación.
Mientras crece el futuro santuario, el culto se rinde en
el cementerio de Salto, en el noroeste de la provincia. En la tumba caen
flores, y en una pared lateral del camposanto los creyentes clavan placas de
agradecimiento: "Gracias, maestro, por el nieto que nos diste", dice
una de ellas.
Allí también está Paulina hablando de la vida de Pancho y
señalando orgullosa una escultura que mandó erigir en nombre de él. "Los
milagros no son para todos, pero no te abandona nunca si le tenés fe",
asegura.
A diferencia del culto al Gauchito, del que participan
los vecinos de Mercedes, a los habitantes de Salto no les interesa la presencia
de Pancho. Sus adeptos más tenaces vienen de las ciudades vecinas de Rojas y
Pergamino, que aprecian a la distancia las virtudes sanadoras y proféticas del
santo de las pampas.
Como Pancho, como el gaucho, los santos paganos pueblan
las creencias religiosas argentinas.
No hay región sin santo, ni santo sin creyentes. Las
leyendas nacen, crecen y nunca mueren, como el alma de estos héroes, que no se
cansan de hacer el bien sin mirar a quien.
El encuentro de Pancho Sierra con la Madre María en la película de Lucas Demare (1974)
"La Madre María", estrenada en 1974, fue dirigida por Lucas Demare y protagonizada por Tita Merello, José Slavin, Hugo
Arana y Patricia Castell.
Fuente de este trecho: http://www.youtube.com/watch?v=zy9aWhve_Wc
Toda la película en: http://www.youtube.com/watch?v=X2YMHXXtL6o
Pancho Sierra, el payador (1913)
nota de la revista Fray Mocho de 1913
Una nota aparecida en la revista Fray Mocho, del 31 de enero de 1913, coloca inequívocamente a Pancho Sierra entre los cultores del arte de la payada.
La referencia debajo de su foto, (en la segunda página de la nota) dice: “popular hacendado de Pergamino que fue un entusiasta
cultor de la poesía campera”
mención a Pancho Sierra
Como señala el historiador Enrique Virto, la misma nota luego afirma:
“Tampoco canta Pancho Sierra. La muerte se llevó al noble viejo, en cuyo corazón brotaban las bondades tan espontáneas y tan frecuentes como de sus labios los cantos. ¡Pancho Sierra!. Hacendado, payador, curalotodo y amigo de todo el paisanaje de Pergamino en 30 leguas a la redonda”.
Virto también señala que payadores famosos como José Betinoti y Francisco Bianco (Pancho Cueva) manifiestan haberlo conocido. Transcribe una payada que ambos sostuvieron "en el teatro Argentino de San Vicente el 25 de mayo de
1913, donde el taquígrafo del Congreso de la Nación Jorge Williams rescató
versos que Amalia Sánchez Sívori transcribe en su "Diccionario de
Payadores” "
Bianco:
Allá en la norteña tierra
De Pergamino a la vista
Nació el gran naturalista
Llamado don Pancho Sierra,
Su obra inmortal mucho encierra
Para el alma y sus anhelos.
Mártir fue que en sus desvelos
De ninguno aceptó un cobre,
Era el doctor de los pobres
Con potestad de los cielos.
Betinoti:
Cuando con Vázquez sostuve
Aquella larga payada
Que el jurado por ganada
A mi me la dio, mantuve
Relación con Sierra, anduve
Unos días por su estancia
Era algo que enamoraba
Con la Mac-Cormic lindaba
De Rancagua a la distancia.
Bianco:
Después que Sierra murió,
Al que mucho conocí,
Anduve un tiempo por ahí
Porque Vera me invitó
Pa cantar, recuerdo yo,
En unas domas y yerras,
A los criollos de estas tierras
Les canté con artimaña
En el almacén de campaña
De los hijos de Pancho Sierra.
La nota de Enrique Virto en: http://saltonline.com.ar/sierra/payador.htm
Facsímil de la revista Fray Mocho tomado de "El Rincón del Payador":
viernes, 6 de diciembre de 2013
Pancho Sierra en el libro de Sábato: Abbadón el exterminador
Ernesto Sábato nació en la ciudad de Rojas (pcia. Bs. As.), a 52 kilométros de donde hoy está enterrado Pancho Sierra. Esto ayuda a entender por qué hay tres menciones a Pancho Sierra -todas muy respetuosas- en su famosa novela, Abbadón el exterminador :
"Pasaron algunos años después de su muerte cuando
leyendo uno de esos libros de ocultismo supe que el 24 de junio era un día
infausto, porque es uno de los días del año en que se reúnen las brujas.
Conciente o inconcientemente mi madre trataba de negar esa fecha, aunque no
podía negar lo del crepúsculo: hora temible. No fue el único hecho infausto
vinculado a mi nacimiento. Acababa de morir mi hermano inmediatamente mayor, de
dos años de edad. Me pusieron el mismo nombre! Durante toda la vida me
obsesionó la muerte de ese chico que se llamaba como yo y que para colmo se
recordaba con sagrado respeto, porque según
mi madre y doña Eulogia Carranza, amiga de mi madre y allegada a don Pancho
Sierra, "ese chico no podía vivir". Por qué? Siempre se me
respondió con vaguedades, se me hablaba de su mirada, de su portentosa
inteligencia. Al parecer, venía marcado con un signo aciago. Estaba bien, pero
por qué entonces habían cometido la estupidez de ponerme el mismo nombre? Como
si no hubiese bastado con el apellido, derivado de Saturno, Ángel de la soledad
en la cábala, Espíritu del Mal para ciertos ocultistas, el Sabath de los
hechiceros." (pag. 15)
"Carlucho dejó de sorber el mate, admirado.
—Tre o cuatro pare, decí?
—Sí, tres o cuatro pares de zapatos.
Carlucho se echó a reír con ganas.
—Pero pa qué necesitá tre o cuatro pare si no tenemo má
que do pie?
Es cierto, a Nacho no se le había ocurrido.
—Y si alguien va al galpón y roba?
—Roba? Y pa qué? Si necesita algo se lo pide y se lo van
a dá. Está loco?
—Entonces no habrá más policía.
Gravemente, Carlucho hizo un gesto negativo con la
cabeza.
—No habrá más policía. La policía é lo pior de todo. Te
lo digo por esperiencia.
—Por experiencia? Qué experiencia?
Carlucho se replegó sobre sí mismo y repitió en voz baja,
como si no quisiese
referirse a eso, como si lo de antes se le hubiera
escapado.
—Esperiencia y yastá —comentó ambiguamente.
—Y si alguno no quiere trabajar?
—Que no trabaje si no quiere. Ya veremo cuando tiene
hambre.
—Y si el gobierno no quiere?
—Gobierno? Pa qué necesitamo gobierno? Cuando yo era chico y quedamo en la calle,
muerto de hambre, mi viejo salió adelante porque don Pancho Sierra le puso una
carnicería. Cuando me fui a pionar, tampoco necesitábamo el gobierno.
Cuando me fui al circo, tampoco. Y cuando entré al frigorífico de Berisso, pa
lúnico que sirvió el gobierno fue pa mandarno la policía en la huelga y
torturarno" (pag 121)
"Chupó profundamente el mate, como si en lugar de chuparlo
lo pensara.
—Desde la langosta... Y bueno... Mi padre le trabajaba un
campito a don Pancho Sierra, entre Cano y Basualdo. Un hombre muy bueno. No
sólo curaba, también daba remedio al pobrerío. Tenía una barba larga y blanca,
hasta aquí. Medio mago era. Cuando nacían lo chico mi madre se lo llevaba ante
e cristianarlo, y él le decía éste le va a viví éste no le va a viví. Fuimo
trece hermano, ya te conté. Y bueno, don Pancho le anunció que tré no le iban a
viví: ni la Norma, ni la Juana, ni la Fortunata.
—Y se murieron? —preguntó Nacho, maravillado.
—Y claro —respondió Carlucho con sencillez—. No te digo
quera medio mago? Así que mama se resinaba de antemano, porque don Pancho le
decía vea doña Feliciana no llore y resínese, que así lo quiere Dio. Pero lo
mismo mama lloraba y la cuidaba, pero lo mismo se moría. Así é la vida, Nacho." (pag. 122)
jueves, 5 de diciembre de 2013
El mausoleo de Pancho Sierra, Patrimonio Histórico Cultural de la Provincia de Buenos Aires (2012)
La página web del gobierno municipal de Salto informó que el Mausoleo de Pancho Sierra ingresó al Patrimonio Histórico Bonaerense. Dice:
"Ley Nº 14.378
El proyecto que permitió la sanción de esta norma fue
presentado por el diputado por la Segunda Sección Electoral Ricardo Montesanti.
Cabe agregar que durante el año legislativo anterior el entonces diputado
Eduardo Fox.
Este Municipio hace expreso su beneplácito para con la
norma emanada de la voluntad del Senado y de la Cámara de Diputados provincial,
teniendo en cuenta no solo que el mausoleo donde reposan los restos de Pancho
Sierra se encuentra enclavado dentro del cementerio local, sino que además la
figura y el legado de este legendario sanador convoca anualmente a un
importante número de turistas a visitar nuestra ciudad."
Fuente:
El mausoleo de Pancho Sierra, Patrimonio Histórico Cultural de la Provincia de Buenos Aires - Ley y Fundamentos
Fundamentos de la Ley 14378
A casi 118 años de su tránsito a la eternidad, Pancho
Sierra continúa siendo un verdadero mito popular conocido y venerado en la
República Argentina y en América Latina.
En forma cotidiana peregrinos de distintas procedencias y
clases sociales visitan su tumba en el cementerio de Salto solicitando su
intercesión para el alivio de sus dolencias físicas o espirituales o para
manifestar su gratitud por los bienes obtenidos mediante su invocación.
Las devociones populares son consideradas como parte del
patrimonio cultural intangible de las comunidades. Pancho Sierra y su discípula
María Salomé Loredo (La Madre María) son íconos de las expresiones de fe de
nuestro pueblo que han trascendido las épocas en que ambos existieron y
continúan convocando a nuevas generaciones que encuentran en su culto un sostén
a las adversidades de la vida.
Síntesis Biográfica de Pancho Sierra
Místico, predestinado, manosanta, iluminado... Muchas son
las adjetivaciones que se usaron y habrán de usarse para definir a quien en
vida fuera FRANCISCO SIERRA Y ULLOA.
Nacido en la ciudad de Salto (provincia de Buenos Aires)
el 21 de abril de mil ochocientos treinta y uno, hijo de Francisco Sierra y
Raimunda Ulloa, su alumbramiento tuvo lugar en una finca céntrica, situada
lindando con el edificio donde se erige actualmente el Banco Nación por su
parte este. Su partida de nacimiento (fe de bautismo) que se había asentado en
el templo de San Pablo de Salto, desapareció durante un incendio, después a
solicitud del mismo interesado el vicario Manuel B. Fernández, el 20 de febrero
de 1873, extendió otra fe de bautismo, con la firma de los testigos don Diego
Barruti y don Pablo Avilés, certificada por el notario eclesiástico José
Alvarez y Fernández.
Ya en edad de comenzar a cursar sus estudios secundarios,
fue enviado al colegio de don Rufino Sánchez, en Buenos Aires. Era un muchacho
inteligente, que gozaba de la estima de sus compañeros, por sus innatas
condiciones de bondad.
Nada dejaba
entrever en su armoniosa fisonomía, en su inteligente mirada, en su elegante
porte, el destino que le aguardaba.
Junto con la adolescencia, llegó el primer amor: Nemesia
se llamaba la niña de la que Pancho, como ya le llamaban sus amistades y
familia, quedó prendado. Aquí es donde la historia se confunde con la leyenda.
Para muchos, la joven mantenía un grado de parentesco con la familia Sierra,
para otros, ambos pertenecían a diferentes estratos sociales. Lo cierto es que
jamás habrá de saberse si Nemesia correspondió o no el amor del joven Pancho, o
si las familias de ambos opusieron tenaz resistencia a ese romance. Nemesia fue
enviada por su familia a la provincia de Córdoba, para poner distancia por
medio. Pancho entró en un mutismo que alarmó a sus parientes. Permanecía días
enteros encerrado en su habitación, probando apenas bocado, hasta un extremo en
que sus propios parientes empezaron a pensar que había enloquecido.
Fue entonces cuando buscó refugio a su dolor en la paz de
la provincia. Arribó al vecino pueblo de Rojas, donde tomó hospedaje en la casa
de doña Casimira Fernández de García. Su vida fue plácida y tranquila, comenzó
allí, en las tertulias con los jóvenes de la casa, a cultivar uno de sus
grandes amores: la guitarra. Fue por entonces que le llegó la noticia de la
boda de Nemesia, con un tal Gil.
Sumido nuevamente en la melancolía, viajó de regreso
hacia Salto donde pasaba largas horas sumergido en sus cavilaciones, preso de
una profunda melancolía su lugar preferido para la meditación era el viejo
puente que se alzaba al oeste de la población, en el antiguo camino a
Pergamino.
Por esos días llevado por su bondad, comenzó a ejercer la
virtud de la caridad, sensibilizándose ante los problemas de todos. Quizá
Pancho, en sus horas de meditación, percibió en su interior la energía poco
común de su espíritu y su generosidad lo empujó a utilizarla en beneficio de
los sufrientes.
Ya en la adultez hereda de sus padres la estancia
"El Porvenir", situada en Rojas, casi en el linde con el partido de
Pergamino. Entonces su existencia dio un vuelco insospechado, la bucólica paz
de la casona solariega fortalece en él su instinto meditativo.
La vivienda era de tres ambientes en la planta baja con
un altillo donde pasaba largas horas, y jamás permitía que nadie entre allí.
Su experiencia era de un hombre maduro, coronaba su
afilada cara una larga barba, prematuramente encanecida. Su cabellera descendía
hasta sus hombros y lo que más llama la atención era la firmeza penetrante de
su mirada, que, sin embargo ostentaba dulzura y paz.
Su vestimenta usual, en los días en la estancia eran
blanca camisa y amplio chiripá negro, cuyos pliegues, al caer, semejaban una
túnica; aunque en sus infrecuentes viajes a Buenos Aires, donde alternaba con
políticos y escritores de fama de la época, vestía traje oscuro o levitón
negro.
Jamás podrá desentrañarse el misterio que rodeó el inicio
de su actividad como "sanador", sus vecinos de la estancia solían
acercársele atraídos por su bondad, tal vez viendo en él a un ser confiable
para volcarle sus problemas.
Continuó practicando la caridad, tanto que las ganancias
producto de su estancia vuélcanse prácticamente a remediar los males de los
pobres que se acercaban en busca de socorro. Cuando las dolencias eran de
índole física, sólo recomienda beber en ayunas un vaso de agua.
Comenzó a correr su fama, desde todos los rincones de la
Provincia llegaban viajeros, en busca de una respuesta. A todos atendía y la
mayoría lograba una rápida cura de sus dolencias o consuelo al espíritu
desolado.
Utilizaba para recibir, una de las habitaciones de la
planta baja; al pie del altillo junto a una vieja escalera de madera que
llevaba a él, descansaba siempre un látigo trenzado. Quienes lo conocieron,
aseguran que poseía la seguridad de tener un don que le permitía llevar alivio
a los enfermos. Dueño de un tremendo magnetismo personal, unido a una más que
mediana cultura (poseía estudios de medicina), más una profunda fe, es
innegable que trasmitía una sensación de seguridad que ejercía poderosa
influencia en las curaciones. Pocas veces imponía las manos sobre los enfermos,
ya que consideraba al agua como un vehículo de la “transmisión de su propia
energía al otro”.
No necesitaba que quienes acudían a consultarlo le
expresaran el origen de sus males. A menudo, recién llegando, al descender de
los carruajes, con voz firme les expresaba el motivo que los traía a su
presencia. Su fama aumentó día a día, en Buenos Aires, muchos lo consideraban
"un predestinado".
Numerosas son las anécdotas que, de boca en boca, han
llegado a nuestros días, reflejando "el milagro" de las curaciones
efectuadas por Pancho Sierra. Hemos escogido unas pocas:
Benitez, un conocido vecino saltense, debido a una larga
enfermedad, debía usar muletas. Los médicos nada sabían del origen de su mal.
Desesperado viajó a ver a Pancho Sierra. Apenas llegó, éste, con voz tonante le
expresó: "Eso te pasa por hereje... Cuando dejes de castigar los animales
con la cadena vas a estar bien ... " Benitez no volvió a castigar a los
animales y curó sus padecimientos.
En 1881, los médicos habían diagnosticado a don Martín
Bazterrica, rico hacendado de 9 de Julio, un aneurisma de corazón. Un amigo del
enfermo, le cuenta que la noche anterior había soñado que si acudía a lo de
Sierra, se curaría. A las tres semanas, Justo Incholeti ese vecino, le visita
nuevamente, para decirle que había repetido el mismo sueño. Fue entonces que Bazterrica,
con su esposa, decidió emprender el viaje. Al hacer noche en un hotel de
Chivilcoy, sus acompañantes notaron la mejoría. Tenía más fuerzas y no parecía
sentir el cansancio del largo trajinar. A la mañana, muy temprano, llegaron al
“El Porvenir”. Pancho Sierra le recibió con estas palabras: "¿Recién
venís? Hace un mes que te llamé... A pie podrías haber llegado... "
Bazterrica sanó milagrosamente, para asombro de todos y vivió 23 años más,
habiendo fallecido en el año 1904.
Roberto Cano, un estanciero rojense, fue a ver a Pancho,
rogándole hiciera algo por su madre, enferma de gravedad en Buenos Aires.
Pancho le replicó: "Ahí tenés caballos frescos. Andá a Buenos Aires, que
tu madre no tiene nada. La que va a morir es tu hermana. Corré si querés verla
con vida". Cano emprendió de inmediato el regreso, y al llegar, asistió a
los últimos minutos de vida de su hermana, a la que había dejado bien al
partir. En cambio su madre sanó de inmediato.
En Salto, un vendedor ambulante, llamado Cornelio
Velázquez, estaba postrado en su cama, debido a un problema en sus piernas,
desahuciado por los médicos de volver a caminar. Se hizo llevar a lo de Sierra.
Esta vez, en lugar del consabido vaso de agua, Pancho le recomendó que tomara
baños en el río, que así iba a mejorarse. Era julio, el mes más frío del año y
todos opinaban que era una locura meterse en el río con esas bajas
temperaturas, Velázquez, sin embargo, lleno de fe en Pancho Sierra, así lo hizo
y curó de una manera asombrosa, sin que le quedaran secuelas de su invalidez.
Aunque solo contaba 60 años, Pancho Sierra tenía el
aspecto de un anciano venerable. Su barba y su largo cabello, completamente
encanecidos, le daban un aspecto imponente. Poco más de un año antes de su
muerte, contrajo sorpresivamente matrimonio con una joven mujer, que heredó sus
bienes.
El día 4 de diciembre de 1891, un hombre de apellido
Arévalo, que había trabajado como peón de don Pancho, mientras se encontraba en
el campo, vio revolotear sobre su cabeza un escarabajo. Gritando exclamó:
"¡Se muere don Pancho!" Pidió permiso a su patrón, Pedro Indarte
(vecino de Coronel Isleño), y voló hacia el establecimiento "El
Porvenir". Cuando llegó, encontró el velorio de Sierra. Ese último llamado
de don Pancho, fue un misterio que Arévalo guardó hasta su muerte.
La noticia de la muerte del "Gaucho Santo",
movilizó de inmediato interminables caravanas de carruajes. Desde todo el país
llegaron personas a las que Sierra había aliviado de sus padecimientos.
En enero de 1892, los principales diarios del país: La
Nación, La Prensa, El Nacional, El Día, El Censor, publicaban la noticia del
homenaje que se tributaría en la tumba de Pancho Sierra, el día 15 de marzo.
Desde varios días antes, comenzaron a llegar viajeros a Salto, colmando la
capacidad de hospedaje.
Desde el centro del pueblo, partió una larga caravana, en
extraño silencio. Ante la tumba, hablaron en su homenaje Cortés, Quinteros y
Mares, cerrando el acto Rafael Hernández (hermano de José, el autor del Martín
Fierro). Se colocó su cuerpo en la tumba que guarda sus restos una placa que
reza: "A Pancho Sierra, sus amigos"
Marzo de
1892. Desde allí hasta nuestros días, se cuentan por millones las personas que
acuden a Salto, a venerar su nombre y su recuerdo. Muchos sostienen haber recibido
la respuesta a sus pedidos y no faltan los que aseguran que bebiendo
simplemente un vaso de agua en su nombre, han sanado de sus dolencias.
Francisco Sierra y María Salomé Loredo, maestro y discípula, renunciaron a su
posición económica desahogada para dedicarse desinteresadamente a la
curandería. Tuvieron creyentes de todas las clases sociales (incluído Hipólito
Irigoyen) y dieron lugar a un profuso anecdotario sobre sanaciones milagrosas
que los convirtió en santos populares.
El maestro (Francisco Sierra) y su futura discípula y
sucesora María Salomé Loredo y Otaloa de Subiza se conocieron en calidad de
sanador y de paciente. Ella era una mujer joven, aún casada con Aniceto Subiza,
su segundo esposo, y padecía, al parecer, de cáncer. Deshauciada por los
médicos, había concurrido a la estancia "El Porvenir" (Pergamino)
cuyo dueño, el llamado "médico del agua", curaba a los consultantes
sin otros medios que su palabra y el agua de un viejo aljibe del campo.
La cita fue providencial para ambos. Sierra encontró la
personalidad ideal para transmitir su legado. María, que pronto iba a quedar
nuevamente viuda, se halló a sí misma en esa misión encomendada. A diferencia
de otros personajes canonizados espontáneamente por el pueblo, ni Sierra ni
María Loredo pertenecían, por su posición social y económica, a las clases
populares. El curandero del aljibe era hijo del matrimonio conformado por
acomodados propietarios de campos. María Salomé, por su parte, nacida en España
el 22 de octubre de 1855, se había casado dos veces con hombres de fortuna y
era dueña de recursos considerables. Sin embargo, a partir del momento en que
se sienten señalados por una elección divina, ambos se dedican al servicio de
los que sufren, dejando de lado cualquier pretensión mundana. Los dos, también,
hablan a todos, pobres o ricos, con un lenguaje sencillo (condimentado por
buenas dosis de picardía criolla, en el caso de Sierra) y difunden, a través de
la oración y el ejemplo, el mensaje evangélico.
Otras visiones sobre Pancho Sierra:
"No cobraba sus curaciones -ni siquiera admitía que
él fuera el artífice de la mejoría de los pacientes- y si aceptaba los regalos
que los recuperados le traían, era, antes bien, para repartirlos luego entre el
paisanaje pobre. Él mismo parecía un paisano más, por la vestimenta:
alpargatas, bombachas, poncho y chambergo. Lo llamativo no eran sus ropas, que
ningún lujo tenían, ni siquiera la rastra de monedas de plata que tanto gustan
ostentar los campesinos pudientes. Lo que encandilaba, sin duda, eran su porte
y su prestancia. Las barbas largas y blancas, los ojos nítidamente azules
configuraban la estampa ideal de un Dios Padre (o un Tata Dios) de libro de
misa. Algo parecido, pero en versión occidental y rubia, al poeta de la India
Rabindranath Tagore, quien aparecería por Buenos Aires unos veinticinco años
después con barbas no menos largas y blancas, y vestido de túnica. Así describe
a Pancho Sierra el incrédulo narrador del cuento Mi cruzada contra la
superstición (Lojo, Cuerpos resplandecientes). Carismático y burlón, dotado de
extraordinaria perspicacia, Sierra distinguía perfectamente entre aquellos que
se acercaban empujados por genuinas aflicciones y los que ocultaban la
intención de desenmascar al supuesto mistificador. Entre tantas anécdotas,
puede mencionarse la de un consultante que le llevó un frasco de orina de cerdo
presentándola como propia, y obtuvo como diagnóstico un "¡Andá a que te
cure el chancho!". Otros episodios (narrados por su sobrina nieta, Leonor
Sierra de Terrile, por María Luisa Superno y por Adelina del Valle, todas ellas
autoras de libros sobre el personaje) aluden a su capacidad de predecir los
hechos y de ver a la distancia, y a sus poderes hipnóticos.
Algunas de las curaciones que se le atribuyen evocan por
cierto relatos del Evangelio, como el que describe a un enfermo paralítico,
transportado en coche hasta el corredor de la casa donde se encontraba Sierra
tomando mate, y al que éste le ordena repetidamente que descienda del carruaje
por sus propios medios si desea ser curado. Después de reiteradas negaciones,
el paciente, de a poco, se va afirmando sobre sus pies hasta llegar al lado del
sanador. En otra anécdota, Sierra devuelve la vista a los dos hijos mellizos,
ambos ciegos, de un desolado matrimonio.
Tanto Sierra como la Madre María atendieron a peregrinos
de todas las clases sociales y de instrucción dispar. Una multitud en la que se
mezclaban sombreros y rebozos, chamberguitos y galeras, afluía hacia el
improvisado consultorio rural desde los dos ramales ferroviarios
(Pergamino-Junín y Pergamino-Retiro) y los cocheros no daban abasto para
trasladar tantos visitantes a la estancia, distante siete leguas de la
estación. Entre los más conspicuos, se cita a ricos estancieros de Pergamino,
como los Ortiz Basualdo, o Roberto Cano, de la localidad de Rojas. Los
incrédulos recibían a veces un castigo, si pretendían estorbarle sus prácticas
benéficas, como el comisario que quiere detenerlo por ejercicio ilegal de la
medicina, y debe volver con la mano monstruosamente hinchada para rogar la
curación, o el médico que -después de haberlo difamado- no tiene más remedio
que concurrir a su campo, casi inválido. Allí Sierra le administra la consabida
"medicina", y lo exhorta a retractarse de sus infundios.
La indiscutible piedad de Sierra no implicaba repulsa
hacia las diversiones humanas o las alegrías del amor. Cuentan que le gustaba
"entonarse" de cuando en cuando, pero tomaba la precaución de hacerse
llevar a su casa, seguro y dormido, por un experto cochero. Como gaucho que era,
disfrutaba de payar; sus payadas eran "a lo divino" y versaban sobre
temas religiosos y metafísicos, vertiente temática frecuentada también por la
poesía gauchesca. Poco antes de su fallecimiento, cuando orillaba los sesenta
años, decidió quebrar su empecinada soltería y se casó con una muchacha de
dieciséis, hija de un pariente, según algunos con el filantrópico afán de
legarle su fortuna. Pero no por ello fue un "matrimonio blanco". De
él nació una hija póstuma, Laura Pía Sierra. Aunque su padre no llegó a
conocerla, seguramente representó otra clase de apuesta por la trascendencia
para este hombre, que también había previsto, entre tantas otras cosas, su
propia muerte.
Espiritismo y profecía
¿Profesó Pancho Sierra el espiritismo? ¿Fue el denominado
"Resero del Infinito" lo que se llama un "médium", que
derivaba de esa condición sus poderes curativos? Si no él mismo, fueron
espiritistas algunos de sus amigos, como Rafael Hernández (hermano del autor de
Martín Fierro) o Cosme Mariño, ambos abocados al periodismo, y también buena
parte de sus simpatizantes. A poco de su muerte, el día 15 de marzo de 1892,
adherente s a esta doctrina le hicieron un primer homenaje público en el
cementerio de Salto. Treinta años más tarde, la Sociedad Miguel Vives, de Lanús,
difundiría el libro Pancho Sierra- Comunicaciones, con textos supuestamente
transmitidos por el maestro desde un no tan lejano más allá. Otro libro (La
Verdad. Pancho Sierra) recoge las comunicaciones que un grupo espiritista
habría recibido de Sierra en 1937. Lo más probable, como señala Fermín Chávez,
es que Sierra, sin ser necesariamente ni partidario ni difusor de la Escuela,
encarnase en su persona las condiciones que definían a un líder espiritual para
los adscriptos a estas ideas (muy de moda y consideradas científicas por muchos
en su tiempo).
Ni Pancho Sierra ni la Madre María desdeñaron un gesto
privilegiado por los fundadores religiosos: profetizar. Sierra no quiso dejar
nada por escrito, pero sus seguidores se encargaron de difundir sus anticipaciones.
No hay en ellas demasiadas novedades con respecto al Apocalipsis: la llegada
del Mesías, precedida de un cúmulo de males (guerras, desunión familiar,
enfermedades) en un siglo de infortunios. Por su parte, la Madre María sí
escribió en sus últimos días un testamento del mismo estilo, aunque en él
augura que "empezará una nueva era de la vida, en la tierra de promisión:
la República Argentina". Sus consejos finales apuntaron, además, a
potenciar el respeto y el amor hacia la figura materna, "pues ella
representa la esencia de Dios".
¿PSICOTERAPIA ALTERNATIVA?
El psicólogo Alfredo Moffat (discípulo de Enrique Pichon
Riviere) describe a Pancho Sierra y a la Madre María como representantes de
prácticas psicoterapéuticas populares, no científicas, pero muy eficaces en su
capacidad de establecer conexión emotiva con los pacientes y disolver así sus
conflictos. Sierra, figura paternal benigna pero firme -dice Moffat- apela a
una técnica ascética y limpia de purificación a través de la ingesta de agua, que
lava los males. El estilo de la Madre María, por su parte, maneja la profecía
apocalíptica para lograr la entrega y la obediencia del afligido a una figura
materna poderosa que concede, a cambio, protección y seguridad. Como la
psicoterapia científica, pero con diferentes herramientas, enfrentan el miedo a
la muerte y la angustia ante lo inexplicable que las racionalizaciones no
logran reducir.
PERSONAJE DE ERNESTO SÁBATO
Oriundo de la zona que habitó Pancho Sierra, Ernesto
Sábato introduce en la novela Abaddón el Exterminador referencias a su figura
por boca del personaje Cartucho.
Sierra es el benefactor de la familia de Cartucho, dejada
en la miseria por la plaga de langostas. Empiezan de nuevo en el pueblo gracias
a que el manosanta les da vivienda y los ayuda a poner una carnicería.
Esta es la leyenda que transmite Cartucho, el bondadoso
anarquista:
“Mi padre le trabajaba un campito a Don Pancho Sierra,
entre Cano y Basualdo. Un hombre muy bueno. No sólo curaba, también daba
remedio al pobrerío. Tenía una barba larga y blanca, hasta aquí. Medio mago
era.
Cuando nacían los chicos mi madre se los llevaba antes de
cristianarlos y él le decía éste le va a viví éste no le va a viví.
Fuimos trece hermanos, ya te conté. Y bueno, don Pancho
le anunció que trés no le iban a viví: ni la Norma, ni la Juana, ni la
Fortunata.
-¿Y se murieron?-preguntó Nacho maravillado.
-Y claro –respondió Cartucho con sencillez-. ¿No te digo
que era medio mago?”
Mausoleo de Francisco (Pancho) Sierra en el cementerio de Salto
El mausoleo de la familia Sierra data de 1878 y se yergue
a escasos metros de la entrada del cementerio de la ciudad de Salto,
emplazándose sobre la margen izquierda del sendero principal.
Consta de un templete compuesto por cuatro columnas que
soportan su cúpula redonda, al centro se ubica un ángel de la guarda de mármol
de carrara.
Esta rodeado por un enrejado artístico de hierro forjado
que culmina en clásicas lancetas.
Diariamente los promesantes depositan allí sus flores y
súplicas a Don Pancho al punto que a lo largo de su historia nunca dejaron de
faltarle flores frescas, sobretodo claveles rojos.
El templete lateral exterior está cubierto de cientos de
placas recordatorias que testimonian el reconocimiento de los promesantes por
las gracias recibidas; frente al mismo se yergue la estatua de Pancho Sierra
con sus vestimentas gauchas, su poncho criollo, y sus clásicas barba y
cabellera blanca al viento. El brazo derecho en alto de la estatua parece
saludar a los promesantes y refleja calidez humana convocando a la mirada
esperanzada y respetuosa de los fieles.
Pancho Sierra nunca lucró con sus dones, al contrario se
deshizo de sus bienes personales y familiares para entregárselos a los más
necesitados.
Jamás se atribuyó poderes o capacidades de curación,
siempre anteponía el nombre de Dios y la fuerza divina cuando quienes lo
requerían obtenían el alivio o sanación para sus dolencias.
Don Pancho nunca practicó el espiritismo ni difundió sus
preceptos. Sierra profesaba la fe católica y la transmitía a los que
solicitaban sus auxilios. La iglesia católica lo acepta como a uno de sus hijos
dilectos.
“Soy un modesto mensajero de Nuestro Señor Jesucristo.
Soy tan sólo un simple gaucho al que Dios eligió para ayudar a los pobres y a
los enfermos, nada más”. Así hablaba Don Pancho Sierra, así se lo recuerda y
venera desde hace más de un siglo, por ello se lo sigue reconociendo como: “El
Gaucho Santo”.
Por los motivos expuestos, solicito a las señoras y
señores legisladores acompañar con el voto afirmativo el presente proyecto de
ley.
Bibliografía
Chávez, Fermín: “Pancho Sierra en la Leyenda y en la
Historia”. Todo es Historia Nº 5 Pág. 31-41.
Lojo, María R: “Cuerpos resplandecientes” Ed.
Sudamericana. Buenos Aires- 2007.
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