Imagen de Juan Moreira en la capilla de Paulina Casamajós en Salto. Foto: Darío La Vega
Cuenta Alfredo Moffatt:
"En los años ‘70, en el fondo del Borda, hicimos la
experiencia de la Peña Carlos Gardel, en la que también había un grupo de
teatro: “Las Animas” (o “Los Fantasmas del Alma”). Estaba compuesto por
compañeros de adentro y de afuera: Rafael Rodríguez, Carlos de Sica, Carlos
Rafaelli, Jorge Bonay, Graciela Cohen, Graciela Hericourt y otros más.
Representábamos el Juan Moreira, seguíamos la línea del radioteatro
criollo que, a su vez, desciende directamente del viejo teatro de circo de los
hermanos Podestá. Este teatro criollo desarrollaba siempre el tema del gaucho
matrero, el paisano que se rebela por los atropellos de la autoridad. Es el
tema del héroe, el mito de Juan Moreira, que aparece tratado con otros nombres
y bajo otras circunstancias, pero con igual estructura temática.
Los sábados, que eran los días en que funcionaba la Peña y el grupo de teatro,
se trabajaba sobre una situación, una estructura argumental sencilla que se
acordaba entre todos antes de comenzar y luego se iba improvisando el
desarrollo. En este sentido parecía más una sesión psicodramática que teatral.
La participación de los espectadores era a veces directa y algunos saltaban al
ruedo y ayudaban a uno de los personajes. También en la resolución de la
situación dramática se superponía a veces el psicodrama al teatro: en el mito,
el Sargento Chirino lo ensarta con su bayoneta a Juan Moreira, y lo mata. Pero
después, en nuestras representaciones, se invertía el mito: Juan Moreira lo
mataba a Chirino. Un día, en una representación, el loco que hacía de Chirino,
se arrancó la gorra y el uniforme de cotillón que era su vestuario y dijo: “¡A
la mierda los uniformes… yo me voy a unir al pueblo!...” Y todos los pacientes
aplaudían, y era como la revolución social (aclaramos que estábamos en la época
de Cámpora).
Foto: saltociudad.com
Otra vez, el Sargento Chirino apareció con un guardapolvo blanco, que le habían
sacado a un enfermero, y un simulado electroshock de cartones para aplicarle
uno a Juan Moreira, y entonces los otros locos lo corrieron al Sargento
Chirino, que se había transformado en el temido psiquiatra, para cagarlo a
palos, y así pudimos elaborar en forma de teatro, en realidad usando técnicas
psicodramáticas, la angustia de los pacientes por lo agresivo de este método
terapéutico.
En otra representación, cuando llegó la pelea de Moreira con los milicos, éstos
se tenían que morir y como seguían los sablazos (habíamos hecho sables de
madera con papel de aluminio) le recordé al soldado que esa vez ganaba Moreira
y él moría, de modo que le grité: “¡dale, morite!”... A lo que él contestó
arremetiendo con más sablazos: “¡yo no me muero nada, carajo...!”
También hubo sábados en que se mezcló el como si teatral con la vida real. Por
ejemplo, Juan Moreira con las ropas gauchas aparecía corriendo en la Peña, y
diciendo: “He venido a la mentada peña de Gardel para refugiarme, pues estoy
herido y me persigue la partida”... Luego llegaba el “comesario” con los
milicos y se armaba el gran despelote, pues todos defendían a Moreira.
Otro tema que apareció varias veces (era bastante imprevisible qué escena era
la que se iba a representar) era Moreira enfermo. En cierta ocasión, Moreira
escuchaba voces que lo insultaban y además sentía mucha tristeza. El amigo
(Julián Andrade) lo llevaba a la ciudad donde un médico le daba pastillas, le
decía que estaba perdido y finalmente le aplicaba un electroshock (esta escena
se debió hacer con mucha cautela). Moreira seguía igual y cada vez más
entristecido. En este momento la madre de Moreira, aconsejada por los vecinos,
lo llevaba a lo de un paisano viejo que sabía mucho de la vida, llamado Pancho
Sierra (yo aparecía con un vaso de agua y una barba blanca hecha con algodón
“Estrella”). En la entrevista, Pancho Sierra le ponía una mano en el hombro a
Moreira y le decía: “vos estás triste porque has perdido la esperanza... y oís
voces porque tu alma está sola, vos tenés enferma el alma y no el cuerpo”...
Esta reubicación de la enfermedad como una ausencia de diálogo, como un
problema del alma y por lo tanto del destino, conectaba al pobre, al marginado,
con su identidad y su palabra, que es precisamente lo que le niega el
sistema."
Fuente: http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=277
Imagen: Darío La Vega y http://saltociudad.com/nota.asp?n=&id=6191&id_tiponota=1
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